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José Murphy, ‘padre de Santa Cruz de Tenerife’ (1822)

A finales de 1823 José Murphy y Meade se despidió de Santa Cruz para siempre. Tenía cuarenta y nueve años, de los cuales más de veinte los había dedicado a la vida pública. De origen irlandés por los cuatro costados, era el prototipo de comerciante y naviero de la época, conocedor de idiomas y de ideología liberal moderada. Su inclinación a los asuntos económicos, preparación técnica y vocación política le habían convertido en una figura isleña sobresaliente. Aquí destaco su labor como diputado provincial en el denominado Trienio Liberal (1820-1823).

Allí defendió la excepcionalidad económica del archipiélago en sus famosas Reflexiones sobre Aranceles de 1821 ante el Congreso Nacional, oponiéndose a la aplicación general de la prohibición de entrada de géneros extranjeros en España. Siguiendo una tradición isleña de pensamiento económico, Murphy abogaba por las peculiaridades canarias en el contexto atlántico, ya desde la Conquista. Por su lejanía de la Península, insularidad y situación estratégica intercontinental, el archipiélago siempre había vivido de la escala atlántica y el comercio exterior, donde sobresalían las exportaciones de sus azúcares, vinos y barrillas, junto con la reexportación de productos extranjeros a Hispanoamérica. Ahora, tras las guerras napoleónicas, los vinos isleños atravesaban una crisis profunda, con la competencia de otros productores mundiales. La importación de aquellos géneros foráneos era pues una pieza clave para que continuase la circulación mercantil, la supervivencia del archipiélago. Su escrito es así un precedente de los Puertos Francos de 1852, fundamental para el desarrollo de las islas en estos dos últimos siglos, de los cuales el Régimen Económico Fiscal y la Zona Especial de Canarias son sus actuales herederos.

Pero el diputado Murphy fue más allá. El Congreso debía tomar una decisión final sobre la división provincial de España y en el caso canario, elegir su capital. El primero de octubre de 1821, al día siguiente del comienzo de las sesiones parlamentarias, presentó su «Representación que D. José Murphy… hace al Congreso Nacional para que la capital de aquellas islas subsista en la dicha muy Leal, Noble e Invicta Villa, donde está actualmente está, y ha estado por un siglo entero, con general satisfacción o conveniencia de aquella provincia…». El mismo título demuestra la habilidad política de Murphy para la negociación y su capacidad de persuasión. Tras valorar sutilmente la defensa de Santa Cruz frente al ataque de Nelson, da por hecho que la capital ha estado siempre en Santa Cruz, desde el traslado a esta población de la máxima autoridad de Canarias, el Comandante General, a comienzos del siglo XVIII. Con anterioridad a esa fecha residía en La Laguna, capital insular. Defiende que la gestión por este mando supremo y otras instituciones radicadas en Santa Cruz –Juzgado de Indias, Real Aduana, etc.- había sido bien admitida por muchos isleños. Cuenta con la oposición de aquellos diputados que defienden los intereses de La Laguna y Las Palmas. Por esta razón, argumenta que la capitalidad de Santa Cruz es la más conveniente para las islas, por su mayor riqueza económica y población. Santa Cruz contaba entonces con unos 7.000 habitantes, siendo el total del archipiélago unas 192.000 personas. En resumidas cuentas, Murphy llevó a cabo un buen trabajo de cabildeo en la comisión correspondiente del Congreso y consiguió el 19 de octubre -¡en sólo diecinueve días!- el nombramiento de Santa Cruz como capital de Canarias. La villa había sido la tercera en discordia en la pugna entre La Laguna y Las Palmas. El real decreto se expedirá meses más tarde. Murphy anunció entonces dicho nombramiento al Ayuntamiento de Santa Cruz, por carta del 22 de octubre, hace justo doscientos años. Es pues una fecha significativa, que ha sido elegida por el Ayuntamiento actual como el inicio de los actos conmemorativos del bicentenario.

Pero la vida de Murhpy sufrió pronto un cambio radical, cuando el Congreso se refugió en Sevilla en junio de 1823, ante el avance de los llamados Cien Mil Hijos de San Luis, que venían a restaurar el absolutismo monárquico en España. Fernando VII se negó a acompañar a los diputados en su retirada a Cádiz y los congresistas votaron entonces la capacidad temporal del rey, una medida muy revolucionaria. Ante el éxito del invasor, el Congreso se disolvió en septiembre y Murphy regresó a Santa Cruz, para tomar el camino del exilio pocos meses después. E hizo bien, pues Fernando VII condenó a muerte a todos los diputados implicados en aquel suceso. Murphy moriría en México, en la mayor miseria en 1841, a los sesenta y siete años de edad. Pero su recuerdo y sus logros permanecerán en los corazones de los habitantes de Santa Cruz. Siguiendo a Alejandro Cioranescu, «su obra no naufragó… quien naufragó fue sólo el individuo».

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