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Luis Ortega

gentes y asuntos

Luis Ortega

Ilusiones perdidas

La Palma registra la mayor actividad volcánica en su medio milenio de historia occidental y, con esa marca, una amplia cuota de su territorio registra las señas indelebles de la lava, en algunos casos colonizados con ingenio y constancia y transformados en ricos platanares y, en otros, con feraces viñedos que trepan por los malpaíses. La costumbre y la necesidad crearon una cultura con formas y lenguaje propios que, desde las 14,12 horas del 19 de septiembre de 2021, se tambalean por la virulencia con la que reventó – ese es el verbo de uso tradicional – el Volcán de Cabeza de Vaca, abierto en un hermoso paraje, antaño de pastoreo que, desde hace treinta y dos días, arrasa con sus ríos de lava cuanto encuentra a su paso. Con nombre idílico, la primera víctima fue el barrio de El Paraíso, que se anunciaba como tal en los medios de turismo rural y es ahora sólo un sitio calcinado y una referencia en la cartografía local.

A partir de entonces, y con la provisionalidad obligada en toda catástrofes, se cuentan unas setecientas cincuenta hectáreas arrasadas – el uno por ciento de la superficie útil de la isla – y, dentro de ellas, más de mil quinientas construcciones destruidas, en su mayoría viviendas y, luego, instalaciones de uso agrícola, industriales y comerciales, sociales y deportivas. Al duro balance se suman siete mil personas evacuadas de sus hogares. El record de daño y dolor se llama Todoque, población crecida a lo largo y ancho del siglo XX y destruida en el primer tramo del XXI que nos aterró temprano con los atentados del integrismo islámico, nos arruinó con la afrentosa crisis de Lehman Brothers y nos acosó con una pandemia de alta mortalidad y fácil contagio que, para preocupación de muchos, aún colea.

El laborioso y próspero Valle de Aridane padeció para colmo un incendio interfaz que castigó la periferia de los municipios más poblados (Los Llanos y El Paso) y, sin tiempo de reponerse, la peor erupción que se recuerda en esta área atlántica y, por la expansión demográfica y urbana, la más gravosa para la economía y la sociedad insular.

El único dato favorable, la excepción que late a veces en las calamidades, es la ausencia de víctimas personales y la certeza de que los damnificados somos todos, porque cuando tose el Valle, La Palma teme la pulmonía. Así que, más pronto que tarde, por más que ruja el Volcán de Cabeza de Vaca y tiemblen sus alrededores, todos estaremos en las labores de reconstrucción, desde las instituciones públicas que ratificaron ese solemne compromiso hasta los administrados que, además de arrimar el hombro, se lo recordaremos día a día mientras agradecemos la solidaridad exterior que nos honra y nos obliga en nuestro deber patriótico.

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