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Alberto Lemus

‘Brexit’, nacionalismo y escasez

La crisis de la cadena de suministro que lleva semanas soportando el Reino Unido es la mejor evidencia de que ni siquiera ellos son una isla, y prueba la fortaleza y las muchas bondades del mercado común, incluso con un miembro menos. En muy pocos meses hemos comprobado cuán imprudente fue el Gobierno de Boris Johnson al minimizar las consecuencias de su marcha de la Unión Europea. El brexit fue el más sonado triunfo, uno más, de los argumentos vacíos y sin sustento intelectual que edifican la política de estos primeros compases del siglo XXI, en que se apela al nacionalismo y a enemigos invisibles como infalible arma electoral. Las urnas hablaron hasta en dos ocasiones en el Reino Unido, primero para dar el sí al proceso de salida, y luego para que el timón quedara en manos del gobierno de Johnson y un puñado de fanáticos, que ignoraron por sistema las señales de caos.

Antepusieron una mal entendida soberanía nacional frente a la estabilidad de la economía, el comercio exterior y el empleo, incluso frente a la realidad que vivían las empresas, y todavía hoy pretenden convencer a alguien que es posible modificar lo firmado y dar un giro a los acuerdos de salida. Ahora están sobre la mesa la renegociación del Protocolo de Irlanda del Norte, y hasta una posible negativa al acceso de barcos europeos a los caladeros británicos.

La proverbial capacidad estratégica del Reino Unido ha quedado en entredicho, y mucho más podría quebrar durante el invierno, con el encarecimiento de la energía, el incremento del consumo y el omnipresente efecto de la covid-19. Ahora se suma la falta de mano de obra en áreas tan sensibles como el transporte, que ha obligado a movilizar al ejército: Centenares de militares aprenden en pocos días a manejar camiones de gran tonelaje para reponer combustible y hasta productos de primera necesidad en los supermercados. Ante la posibilidad de que la Navidad peligre, ha llegado aquello que parecía impensable tras el referéndum de 2016, y el Reino Unido está ofertando visados de emergencia a trabajadores europeos hasta enero, pero eso son solo parches sin viabilidad futura. La única salida posible sería una ristra de acuerdos bilaterales sobre libre movilidad de personas entre Londres y cada uno de los 27 miembros de la UE… Algo que quedaba más que solucionado con el Tratado de Maastricht desde 1992 y permitía, por ejemplo, que cerca de 200.000 españoles residieran y trabajasen de forma estable en el Reino Unido, y que unos 400.000 británicos hicieran lo propio en España. La negligente gestión del brexit torpedeó un sistema en el que todo eran ventajas.

El Gobierno de Johnson persevera en los mismos errores estratégicos y la misma palabrería eurófoba, calificando como «oportunidad para los británicos» estos tiempos de escasez y descargando reproches sobre los trabajadores extranjeros. El colmo: Quienes abogaron por bajarse del proyecto europeo a cualquier precio culpan ahora a quienes nos quedamos. Una nueva huida hacia delante de los tories, muy propia de esta clase política escasamente preparada, un poco chabacana y cuentista, que se ha hecho un importante hueco en el poder en todo el mundo blandiendo cuatro argumentos para meterse en el estómago del votante: Antes inmolar a todo un país que admitir sus propios errores e imprimir un cambio de rumbo.

Están en juego los intereses de millones de ciudadanos comunitarios, y la Comisión Europea haría bien en recordar que nuestra fuerza está en nuestra unión, y protegernos ante los efectos destructivos del nacionalismo. Por más que se empeñen Johnson y sus acólitos, en los otros 27 estados no hay problemas de abastecimiento precisamente por la propia fortaleza del mercado único. La Unión Europea ha sabido generar una vis atractiva: Ser parte de su política y su economía son mucho más que convenientes, casi imprescindibles.

Y… No te olvides de La Palma.

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