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Alejandro de Bernardo

“Lo que quedó enterrado”hombre

Se habían enamorado desde antes de tener recuerdos. Saltando riscos, jugando entre plataneras, correteando en la playa… vivieron la parte más hermosa de sus vidas. Idaira, una preciosa niña de cabellos largos y rojos se transformaba cuando al asomarse a la puerta de su casa aparecía, como por arte de magia, su adorado Tanausú. Apenas cinco años de niña contra los siete de Tana. Ella le daba mil vueltas. O eso hacía creer él. Juntos dibujaban sueños y esperanzas. Ilusiones y objetivos multicolor. Apenas hablaban. No lo necesitaban. Idaira no quería ser princesa. Era reina y vasalla. Él, un caballero andante. Feliz. Felices. Sin otra preocupación que verse, ahí es nada.

El tiempo les hizo crecer y les fue cargando de responsabilidades. La distancia un mal trago: Tanausú y sus padres, de la noche a la mañana, abandonaron la isla tal vez definitivamente. Cada viernes, Idaira esperaba al cartero. Siempre recibía carta. Una carta de amor sin palabras. La lejanía solo había mitigado su timidez. Crónicas de lo cotidiano. Pero cartas que decían tanto sin decir nada… Las guardaba en una caja de cartón que ataba. Cada atardecer, alongada a la ventana, las leía una y otra vez para cargarse de esperanza.

Tres cajas repletas con las cartas de la distancia. Y la vida… Ay, la vida, les jugó una mala pasada. No hubo más cartas, ni llamadas ni noticias ni ningún rastro de nada. Los años la hicieron vieja pero no perdía la esperanza. Sigue saliendo a su puerta, o alongada a la ventana, esperando a Tanausú y escuchándole en sus cartas.

Días negros. Los últimos de septiembre. Hay que salir deprisa. El carné, la cartilla del médico y algo de ropa. Ha estallado el volcán. Una tragedia sin ambages. Las previsiones de la carrera del averno de la lengua roja del volcán se han cumplido. Rostros y lágrimas. El remolino de chispas y centellas y miajas de fuego. La desolación y el estrago. El aniquilamiento. Podía haber reventado en la cocina. Tuvieron suerte.

Las vidas son lo primero. Pero, ¿qué es la vida? Hay gente que lo ha perdido todo, no solo el hogar. Han dejado de tener su referencia. Ser de un sitio y no tener dónde ir. El sentimiento de desahucio que les invade. Hay una inundación y destroza casi todo, pero te deja volver, restaurar, limpiar y vuelves a tu casa, a tu ambiente a los trocitos de entorno en los que has conformado tu vida. Llega la colada de lava que desintegra y tapa. Diez, quince o tres metros de altura. Da igual. Un visto y no visto. Es la sensación de entierro. De que no volverás a ver nada.

Las tenía en el altillo. Todas juntas bien guardadas. No hubo tiempo para recoger. No queda casa, ni plaza, ni ventana p´a alongarse, ni cartas de la esperanza. Ya no vendrá el cartero. Ya no hay calle, ni número ni a quien dárselas. La vida sigue.

Feliz domingo.

PD. A Tazacorte ha llegado un señor de carácter afable y edad avanzada. Pregunta por una anciana, de aproximadamente su edad y de nombre Idaira. Dicen los viejos que “a donde el corazón se inclina, el pie camina”. Ojalá se encuentren.

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