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LA GATA SOBRE EL TECLADO

Invencibles

Cae la noche de un día cualquiera en Santa Cruz. Es la hora perfecta para salir a caminar por la avenida marítima y olvidarse durante un buen rato del ajetreo mundano. Con un buen calzado y una lista de Spotify ‘empoderante’, salgo dispuesta a activar mi sistema cardiovascular. Pero al Universo, a la Inteligencia Cósmica, a Dios o a quien quiera que sea el guionista de esta superproducción a la que llamamos ‘Vida’, le encantan las sincronicidades… En el preciso instante en el que suena en mis auriculares la letra del ‘Unstoppable’ de Sia, ese momento en el que dice: “I’m invincible”, aparece frente a mí, un ejemplar de cucaracha en HD Full Equip, tamaño XXL y con unas antenas que dejan a las 5G en ridículo. Entonces, en mi mente se apaga la canción y empiezo a escuchar el cinematográfico grito de “Corre Forrest, corre”. Un insecto me acaba de humillar con su sola presencia, recordándome la vulnerabilidad de mi especie.

Richard Dawkin, divulgador científico británico (además de biólogo, etólogo y zoólogo) afirmó en una ocasión que una de las lecciones más duras que un ser humano tiene que aprender es que la naturaleza no es cruel, sólo “despiadadamente” indiferente. Cuando leí esta frase por primera vez, me acordé de una de las escenas de la parte final de la película ‘La Vida de Pi’ en la que el protagonista, un indio llamado Pi Patel, llega moribundo a una playa después de un larguísimo y duro naufragio en el que ha compartido bote salvavidas con otro superviviente: un tigre de Bengala llamado Richard Parker con el que ha tenido que aprender a coexistir para sobrevivir.

El vínculo entre los dos, tigre y humano, parece indestructible por todo lo que han pasado juntos, sin embargo, en cuanto el felino pone las patas sobre la arena, comienza a caminar hacia la selva sin echar la vista atrás, desapareciendo entre la vegetación. El protagonista, agónico, rompe a llorar ante la ‘despiadada indiferencia’ del animal. “Lloré como un niño –narra la voz en off– no sólo por la emoción de haber sobrevivido. Lloraba porque Richard Parker me había dejado de forma tan indiferente. Me rompió el corazón”.

Pero, ¿es realmente una cuestión de ‘indiferencia’? ¿Acaso no formamos parte nosotros también de esa Naturaleza?

Se habla mucho de la insignificante mota de polvo que somos ante la inmensidad del Universo, pero la visión también puede darse a la inversa si observamos nuestro cuerpo en tamaño microscópico. ¿Y si no se trata de si somos grandes o pequeños? Tal vez seamos infinitos o, como decía Pessoa, seamos del tamaño de lo que vemos y no del tamaño de nuestra estatura.

He recordado mucho esta escena, también por lo que está sucediendo en La Palma. El volcán sigue haciendo estragos en la isla, con esa aparente ‘despiadada indiferencia’ hacia sus habitantes. Cuando pienso en todas esas personas que han perdido sus casas, recuerdo de nuevo La Vida de Pi y las palabras del superviviente del naufragio: “Perdí muchas cosas. Supongo que al final la vida se resume en soltar todo, pero lo que siempre duele más es no tener la oportunidad de despedirse”.

Y es que ahí, por más que formemos parte de la Naturaleza, nos diferenciamos de ella por nuestra capacidad de vincularnos emocionalmente, no solo entre nosotros, sino con todo los que nos rodea. Las cosas no son cosas, son el significado que le hemos dado, y cuanto más significado le damos, más nos cuesta soltarlas. Parece que la Naturaleza nos obliga cada cierto tiempo a volver a nuestra esencia, y lo hace ‘a las malas’ muchas veces, para que no nos quede otra: valorar que estamos vivos. Y si estamos vivos, podremos volver a empezar porque, si nos lo proponemos, somos (se ponga como se ponga la cucaracha) invencibles.

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