A ver. Estábamos equivocados. Ahora AstraZeneca da miedo. Donde ayer dijeron digo hoy deslizan diego. Y ni se ponen colorados. Los expertos del Ministerio de Sanidad consideran que dar Pfizer a los menores de 60 años evitaría una muerte por cada millón de vacunados. Y salen informaciones que sugieren que la inyección anglo sueca ha causado cuatro fallecimientos por trombos. Una muerte por cada millón de vacunados.

De oca a oca y tiro porque me toca. Hace muy poquito tiempo la vacuna AstraZeneca era segura a rabiar. El mensaje era radical y contundente: vacunarse con ello no tenía ningún peligro. Es más, la campaña organizada contra esa vacuna –dijeron– estaba basada en que era la más barata de todas las que se comercializaban. Y a buen entendedor pocas palabras bastan. Como era la menos costosa, la competencia le estaba organizando un destrozo reputacional en la maldita prensa.

Luego llegó la notica. El laboratorio que fabrica AstraZeneca no va a cumplir con sus compromisos de suministro a la Unión Europea, que ya los ha llevado ante los tribunales. O sea, otra metedura de pata. ¿Y ahora que hacemos con los cientos de miles de personas menores de sesenta años a las que le hemos pinchado esa vacuna? Pues nada, echémosle imaginación. ¿Qué es lo que hace el Ministerio de Sanidad? Preocuparse por la salud de los ciudadanos. Así que se mueven oficiosamente un par de estudios en los que se difunden los trombos que se han producido tras pinchar AstraZeneca, se alarma un poco a la población y seguro que la gente se pasa en masa a Pfizer, que es la vacuna de la que vamos a tener más dosis. Y sin problema.

Pero no. La gente es tozuda. Los que fueron a pincharse pidieron que no le pusieran AstraZeneca por amor de dios y de la Virgen de Candelaria. Se tuvieron que jeringar, porque era la única disponible. Se pincharon acongojados. Y comprobaron que no les pasó nada. Y ahora se van a pasar la campañita por el arco del triunfo. Es decir, se van a pinchar la misma vacuna que la primera vez. Aunque les hagan firmar un consentimiento informado, para acojonarles. Y eso supone que el Gobierno de España tiene un problema importante porque probablemente no tiene las suficientes dosis para pinchar a los menores de sesenta años la pauta completa. Y porque, además, se podría quedar sin reservas –y sin argumentos– para completar la segunda dosis a los mayores de sesenta y cinco a los que sí se recomienda pinchar AstraZeneca.

Estos son mis principios, pero si no me sirven tengo otros. Ese es el lema grouchomarxista de las autoridades sanitario-confucianas del reino de España. Lo que está marcando hoy la estrategia vacunación es, simple y llanamente, las dosis que están disponibles el día que vas a pincharte. Esto es lo que hay. Y lo demás es tinta de calamar y literatura político científica.

Es más seguro estar vacunado –con la vacuna que sea– que no estarlo. Pero mira que lo ponen difícil.

EL RECORTE

Los milagros existen

Te plantas en el Consorcio de Tributos porque se han hecho la picha un lío con tus datos, te están pasando recibos por una cuenta que no es, se están equivocando de titular… un rollo patatero. La sede electrónica no funciona, así que no te ha quedado otro remedio que pedir cita presencial. Llegas, esperas un poco y te atiende una empleada pública. Primer asunto asombroso, es educada. Segundo, entiende perfectamente y a la primera los problemas que le estás contando. Y tercero, te ayuda a resolverlos, busca la manera de pasar los datos de un lugar a otro, soluciona pequeños inconvenientes… en fin, que en unos pocos minutos lo dejas todo perfectamente aclarado. Y luego, pagas todos los recibos que tenías pendientes. Y cuando te estás marchando compruebas, asombrado, que acabas de pagarle una pasta a la administración pública y, sin embargo, te vas razonablemente contento. Porque te han atendido con amabilidad y con eficacia. Y uno, la verdad, no está acostumbrado a que todo eso ocurra cuando vas a las ventanillas de lo público. Si se piensa bien es bastante triste que ese tipo de personas -educadas, comprensivas y eficaces- sean una excepción y no la regla entre quienes atienden a esos ciudadanos que sí tienen muchas razones para estar cabreados, atosigados a impuestos como están. El día en que deje de ser un milagro encontrarte con gente así, este país habrá cambiado en algo muy importante.