Hemos sido testigos estos días gracias a la televisión de las masivas protestas de los agricultores indios contra las reformas liberalizadoras que impulsa el Gobierno de Narenda Modi.

La agricultura es un sector clave en el segundo país más populoso del mundo ya que más de un 60 por ciento de sus habitantes viven directa o indirectamente de ella.

No es en cualquier caso de extrañar que las grandes multinacionales, siempre en busca de sectores donde obtener pingües beneficios sin que les importen sus consecuencias para los trabajadores, hayan puesto allí su mirada.

El Gobierno de Nueva Delhi ha optado por -o más bien se ha visto obligado a- una clara senda de sumisión al régimen financiero internacional, lo que significa abrir de par en par las puertas al capital extranjero.

Desde los años 90 del pasado siglo, el Banco Mundial impuso al Gobierno indio, a cambio de créditos, reformas económicas que terminaron expulsando del campo a 400 millones de personas dedicadas a la agricultura.

La proyectada reforma del sector agrícola tendrá como consecuencia la desaparición no sólo de la agricultura de subsistencia, sino también de las modestas explotaciones igual que sucedió en EEUU, donde ese sector da trabajo ya sólo a un segmento muy pequeño de la población.

La agroindustria tiende inexorablemente a la sobreproducción y los monocultivos, cuyos productos inundan los mercados y hunden los precios, lo que lleva a la ruina a millones de pequeños agricultores, incapaces de cubrir incluso los costos de producción.

Esos desgraciados tendrán que emigrar a las ciudades, por ejemplo a Nueva Delhi, que pronto tendrá 37 millones de habitantes, o pasarán a trabajar como mano de obra barata en las grandes factorías agrícolas propiedad de multinacionales occidentales.

Mientras tanto, las grandes corporaciones habrán conseguido su objetivo: juntar las tierras compradas a precio de saldo para dedicarlas a cultivos a escala industrial, exactamente como ocurre con el maíz y otros cereales en el Medio Oeste de EEUU.

Según informaba recientemente The New York Times, el llamado Instituto Internacional de Ciencias de la Vida, que tiene su sede en Washington DC, se ha infiltrado en organismos del Gobierno indio relacionados con la nutrición y la salud.

Ese instituto, fundado por un alto ejecutivo de CocaCola y financiado por Nestlé, McDonald’s y otras multinacionales, ha sido acusado de vinculación con la industria y de promover políticas favorables a los alimentos procesados.

Es sabido que muchos de los productos de las multinacionales que lo financian han contribuido durante años a la proliferación de enfermedades como la hipertensión, la obesidad o la diabetes, todas las cuales han crecido también en la India.

El objetivo último es, como denuncia Colin Todhunter en la revista digital CounterPunch, es consolidar la agricultura industrial y comercializar el campo, sustituyendo el modelo tradicional de agricultura a pequeña escala, columna vertebral de la producción de alimentos en la India y tantos otros lugares.

El país asiático puede ver llegar muy pronto cómo los fondos de capital privado -fondos de inversión, fondos de pensiones- inyectan dinero en su sector agrícola, modelo de financiarización que desplazará los centros de decisión a lejanos despachos ocupados por individuos que nada entienden de agricultura y a quienes sólo interesa el lucro inmediato.