En España no vamos a presenciar vacunaciones institucionales, es decir, presentaciones de cargos públicos vacunándose al unísono con fines de propaganda. Se ha hecho en varios países del mundo, empezando por Estados Unidos, donde el vicepresidente de Trump, Mike Pence o el futuro presidente, Joe Biden, se han vacunado ante las cámaras de televisión. Lo han hecho con voluntad de reducir la desconfianza y el rechazo a la vacunación, que son muy elevados entre los estadounidenses.

Aunque para nosotros resulte un cierto alivio no tener que soportar a políticos pinchándose, quizá no habría sido una mala decisión: más de la cuarta parte de los españoles siguen siendo reacios a vacunarse. Somos gente más bien desconfiada, y la celeridad con la que se ha logrado poner en marcha cerca de media docena de vacunas –cuando sabemos que hay enfermedades infecciosas como el SIDA, que se investigan sin éxito desde hace cuarenta años- ha inducido a sospechar de lo que sin duda ha sido el mayor éxito –y será el mayor negocio- de la industria farmacéutica, desde la invención de la viagra.

El gigantesco negocio que mueve la vacunación explica que en la carrera para hacerse con un trozo del pastel hayan participado algo más de 200 proyectos de vacuna, 172 de ellos registrados por la OMS. Es probable que sólo media docena compitan en una liga, en las que las vacunas de Pfizer y de Moderna –ambas fruto de la técnica ARN mensajero- parecen llevar las de ganar. Uno puede comprender el rechazo de la gente a meterse en el cuerpo el virus, pero resulta que ninguna de las dos vacunas que ya están usándose funciona pinchando patógenos al paciente. En ninguna de las dos se inocula ‘el bicho’, sino material creado en laboratorio que contiene una copia de parte del código genético viral, que permite a las células fabricar directamente la proteína que estimula el sistema inmune. La técnica del ‘ácido ribonucleico mensajero’ no es del todo nueva, aunque si es la primera vez que se usa masivamente. Tampoco eso debería alarmarnos: ha sido sometida a todo tipo de pruebas, es bastante eficaz y no nos va a convertir en cocodrilos, como dijo hace unas semanas esa lumbrera que es el presidente de Brasil, Jail Bolsonaro.

La vacunación masiva comienza en Canarias -este domingo y de forma simultánea- en siete residencias de ancianos de las siete islas, en otro ejemplo del pamplinismo isloteñista con el que alimentamos nuestro propio circo mediático. De momento, nadie ha planteado que la vacunación sea obligatoria, pero acabará por serlo en la práctica, desde que comience a exigirse la cartilla de vacunación para trabajar atendiendo personas o para desplazarse usando el servicio público. Por supuesto que con miles de millones de vacunaciones habrá casos de reacciones negativas, e incluso algunas pueden llegar a ser fatales. Pero es improbable que los daños que pudiera causar la vacuna se aproximen ni de lejos al riesgo que implica no vacunarse.

Canarias superará hoy la cifra de 400 muertos. Si hubiéramos dispuesto de vacuna al comenzar la enfermedad, es muy probable que todos los que ya no están se hubieran salvado y que miles de nuestros vecinos se habrían ahorrado enormes sufrimientos y duras secuelas. Este domingo arranca de verdad la pelea decisiva: en términos bélicos, hasta ahora sólo nos hemos defendido protegiéndonos, y ahora podemos por fin pasar al contraataque, aislando y reduciendo a la enfermedad. Tardaremos aún mucho tiempo, y quizá tengamos que seguir vacunándonos durante años. La verdadera normalidad no está aún a la vuelta de la esquina. Pero empezamos a ganar terreno.