Unos días antes de Nochebuena los hermanos Ramos García preparábamos el material para montar el Portal de Belén. La organización de este acontecimiento familiar corría a cargo de mi padre, quien nos indicaba con precisión el proceso a seguir, mientras mi madre vigilaba la correcta ejecución de los cometidos de cada uno.

Todos los integrantes y accesorios del Nacimiento estaban guardados en las estanterías del garage, perfectamente embalados el año anterior en cajas de cartón de diversos tamaños, que habían contenido prendas de los Almacenes Ramos y eran adecuadas para protegerlos de la humedad lagunera. En los antiguos receptáculos de las sedalinas tenían su letargo las figuritas de barro que iban envueltas en papel barba, mientras las piezas mayores del decorado se encontraban en los estuches de los calcetines “Jorigu”. Las luces de la cuevita y la iluminación de los fondos del portal se conservaban en cajitas de madera de dulce de membrillo “Conchita” y latas metálicas de galletas inglesas “Pata Cake”.

La base de nuestra obra artesanal era una mesa de ping pong de madera, plegada a ras del suelo y situada en una esquina del cuarto de juegos, donde mi padre tenía una habitación que llamabamos “el cuartito”, utilizada para guardar las herramientas y el material cinematográfico de la productora “Tomatoes Films”. En Navidad aquella dependencia se convertía en el centro de operaciones del equipo de trabajo del Belén, disponiendo de clavitos, chinchetas, un martillo y cinta aislante, únicos utensilios necesarios para nuestra misión.

Mi padre siempre tuvo grandes habilidades para la decoración, pero en el montaje de nuestro Portal era un verdadero artista. Con una mezcla de paciencia y habilidad plegaba los papeles canelos que usaba como terreno de los alrededores del pesebre, dándoles unos toques con tinte marrón oscuro y formando cuidadosamente las estribaciones en miniatura de los Montes de Judea que rodeaban al pueblo de Belén.

Cada uno de los hermanos tenía su cometido durante la ejecución del diseño y ubicación de los elementos de nuestro Nacimiento. Comenzábamos con el desembalaje de las figuritas, ordenándolas según el lugar que luego ocuparían. Primero colocábamos la cuevita con sus inquilinos, a excepción del Niño Jesús, que permanecería en su envoltura hasta el día 24 por la noche. Poco a poco íban tomando posición los residentes en Galilea próximos a Nazaret que luego se desplazaban a Belén.

La emoción llegaba en el momento de ir a buscar las hierbitas para acabar la decoracion. La trasera de las oficinas de correos y el camino a San Roque eran los lugares elegidos para recolectar aquellas plantas que en diciembre estaban llenas de vida y color. Los musgos y los verodes se iban arrancando cuidadosamente, usando un cuchillo fino que permitía hurgar hasta las raices, para lograr que cada una de las piezas llevara adherida a la base la tierra húmeda, lo que haría conservar el verdor del Portal durante el período de exposición.

El proceso acababa colocando una bandejita plateada en forma de concha de vieira a pie de aquel precioso lugar, que comenzaba a ser visitado el día del sorteo de la lotería y donde nuestros familiares dejaban algunos “duritos” de propina. La recolecta final la donábamos a la parroquia de Santo Domingo unos días después de la Epifanía. Y así compartíamos una Feliz Navidad, que hoy sigue llena de buenos deseos para todos entre confinamientos, recuerdos y hierbitas.