Cuando la noticia del día es que siete seres humanos han podido morir en el naufragio de una patera a orillas de Lanzarote y otra alcanza La Graciosa, lejísimos de la Europa continental, mucho más me enferma escuchar que los inmigrantes mal llamados irregulares “vienen a robarnos el trabajo”. Usted ha nacido y/o crecido en democracia, disfrutando de educación obligatoria y gratuita, de dos universidades públicas, y un servicio de orientación para el empleo con cursos de toda índole, tendrá un subsidio para el desempleo, bajas laborales, prevención de riesgos, una jubilación... Si alguno de estos migrantes le supera en un proceso de selección para un puesto, cualificado o no, plantéese que las oportunidades de las que gozamos aquí son una utopía para ellos. Créame: Seguramente él o ella sea mejor que usted.

Probablemente esos ojos tristes vieron la luz en una aldea perdida del África subsahariana, al igual que a nosotros la cigüeñita nos puso en un confortable hospital de este mundo tan civilizado como insensible. Para huir de su país a saber en qué transporte precario, reunió el equivalente a una fortuna, cruzó luego un desierto eterno, esquivó alguna que otra bala y se entregó a los repugnantes mafiosos que trafican con sus ilusiones, prometiendo que tras el inmenso mar encontrará lo que en su pueblo no existe: Futuro. Vida.

Personas que jamás contemplaron cosa parecida a un océano, que nunca han nadado, embarazadas, niños… Se hacinan en un barcucho buscando libertad. Han alcanzado la costa del Archipiélago este año unos 16.000, pero cuántos habrán muerto ahogados en el mismo cementerio azul que ya los sepultó en la gran oleada migratoria de hace poco más de una década. Una vez aquí, tullidos de frío, queda identificarlos y, con suerte, alojarlos en nuestros hoteles, huérfanos de turismo a consecuencia de la pandemia. Se dice que ya hay 6.000 en esa situación. Otros terminan en un centro de internamiento tras pasar la noche en el mismo muelle donde arribaron. En Arguineguín llegó a haber miles de ellos a la vez.

En efecto, personas, no herramienta electoral al servicio de la clase política más inepta que se ha conocido: Ni son la amenaza que unos ven, ni lamentablemente les podemos garantizar un futuro que no se atisba en España, donde trabajamos menos de un tercio de la población. Con los ya residentes españoles malviviendo endeudados, un sistema de pensiones al borde del colapso, los desahucios en puertas y verdadera pobreza infantil en el barrio de al lado, ¿qué tierra de oportunidades es esta? Es Canarias, justo donde no quieren estar, porque por mucho ministro que venga a verlos, las derivaciones a la España peninsular no están en la agenda del Ejecutivo. Se repite la historia de Lesbos y Lampedusa: Las Islas serán la última parada de un viaje a ninguna parte, un muro de contención para disuadir a los próximos que lo intenten.

El Gobierno de la Nación y la Unión Europea tienen que afrontar la cuestión desde la raíz, sacando provecho a los millones de euros que cada año se ponen a disposición de las instituciones en materia de Cooperación al Desarrollo, construyendo en los países de origen los colegios, los hospitales y las atarjeas que son necesarias, combatiendo la corrupción de los regímenes totalitarios que sufren, y negociando el fin de las guerras raciales, civiles y religiosas a las que se enfrentan. Hay que colaborar estrechamente con Marruecos, Mauritania y Senegal para acabar con la impunidad de las mafias, encarcelar a sus cabecillas y evitar que los migrantes empeñen sus pocos ahorros en venir a un lugar donde les puede esperar la muerte en el mar, un encierro isleño temporal, o la deportación definitiva a su lugar de procedencia. Lo sensato no es convertir Canarias en un campo de concentración, sino ayudarles de verdad.

Esto es difícil y utópico, dirán. No lo es. Se llama dignidad y respeto a los Derechos Humanos, y tendrá que llegar el día en que se realicen.