España la ha pifiado con Marruecos durante los últimos cuarenta años. Abdicó de sus responsabilidades y salió huyendo indignamente del Sáhara Occidental. No solo dejó tirados a los saharauis, sino incluso a los funcionarios de origen español que trabajaban en la administración local. Fue un desastre indigno y vergonzoso con el que, curiosamente, acabó su dictadura despiadada un general africanista. En los lustros siguientes se optó no por defender los derechos de los saharauis como potencia administradora que seguía siendo España, sino por apoyar el desarrollo económico de Marruecos y estrechar lazos con una monarquía que se fantaseaba como reformista. Desde los ochenta la diplomacia española articuló su opción estratégica con Marruecos sobre la teoría del colchón de intereses: la cooperación en materia económica y comercial desarrollaría un tejido capaz de amortiguar, si no aniquilar, cualquier recelo o desconfianza marroquí. Aunque la doctrina del colchón de intereses ha mutado para adaptarse a los cambios de los últimos lustros haciendo, a veces, divertidas filigranas conceptuales, lo cierto es que quien ha aprovechado el colchón para saltar es Marruecos mientras España se quedada adormilada sobre la almohada.

En general cuando un socio comercial singularmente bien tratado se dedique a armarse hasta los dientes parece conveniente una reflexión. Porque la única potencia militar que merezca mínimamente ese nombre en las proximidades de Marruecos es España. Y en los dos últimos años Rabat se ha gastado más de 10.000 millones de euros en armamento y equipamiento tecnológico militar adquiridos a Estados Unidos. Más dinero –recuerda Jesús Pérez Triana, del que hay que consultar periódicamente su admirable blog Guerras Posmodernas– que el que ha invertido Arabia Saudí: 36 helicópteros Apache, 200 carros de combate M1A1 Abrans, 25 cazabombarderos F-16 y actualizaciones de varias decenas de aparatos aéreos… También es un buen cliente de la industria militar francesa, como demuestra la Fragata Multimisión Mohamed VI o la mejora sustancial en su sistema de defensa aérea de corto alcance. En este ambicioso programa de modernización y ampliación de sus fuerzas aéreas Marruecos gasta en defensa el triple que España en relación con el PIB.

Los mimos comerciales compatibles con el desarrollo de un ejército potente –hace una década Marruecos apenas tenía una fragata, ahora tiene cinco– no han detenido cinco minutos las reivindicaciones territoriales de Rabat, incluidas las minas submarinas de telurio y cobalto que son la clave de la expansión de su frontera marítima. O la descarada utilización de la migración –propia y ajena– abriendo y cerrando la espita cuando les conviene, como está haciendo el Gobierno marroquí actualmente. Lo curioso es que entre los mandos militares españoles, como Jesús Argunosa, ha terminado de cuajar la idea de que un estado saharaui independiente y democrático mejoraría la seguridad del entorno geoestratégico del norte de África y podría actuar como un contrapeso al hambre de hegemonía de Marruecos. Trabajar para un cambio prudente de paradigma político y diplomático, apostando obviamente por la paz, pero activando los compromisos de la Minurso para la celebración de un referéndum de autodeterminación en el Sáhara no supone únicamente frenar los crímenes, abusos y canalladas practicadas por Marruecos desde 1976, con su reguero de muertos, sangre y destrucción. Es también la mejor opción estratégica para España e igualmente, aunque cueste entenderlo, para los marroquíes.