Si tienes una cristalería igual es mala idea que metas dentro de la tienda un elefante. Pero ese tipo de deducciones básicas aún no ha aterrizado en la mentalidad política de quienes gestionan algunas ciudades de nuestra país. Por ejemplo, la nuestra. Hace ya muchos años, las grandes ciudades europeas comenzaron a rescatar los centros urbanos para los peatones. La campaña para el “renacimiento de las ciudades” peatonalizó el corazón de las urbes para devolvérselos a sus verdaderos habitantes, que no son los coches, sino los ciudadanos. Hace días un vehículo se llevó por delante a varias personas en una terraza de Santa Cruz. En la Avenida de Anaga se circula a una enorme velocidad con mesas y sillas de bares pegadas a la acera. O sea, un peligro. Uno que se repite en otros lugares de nuestro municipio donde coexisten de forma peligrosa vías rápidas con zonas de ocio. Hay cada vez más personas que usan patinetes eléctricos o bicicletas, que tienen que compartir espacio con vehículos que circulan a una velocidad peligrosa para ellos. Mezclar una cosa y la otra es un riesgo. Hay que quitar zonas de aparcamiento en superficie y crear vías para peatones y otras fórmulas de movilidad completamente nuevas. Pero hacer todo eso supone una transformación radical de la forma de entender la ciudad. Hacer una ciudad amable para el turismo y más adecuada para las personas supone tener la valentía de ampliar zonas para la soberanía de los peatones. Y dedicar viarios a nuevas fórmulas de desplazamientos no contaminantes.

Podría entender –porque tiene lógica, aunque sea poco solidario– que Madrid no esté dispuesta a derivar a la Península a inmigrantes ilegales llegados a Canarias. Como ha dicho el ministro de Interior, Grande Marlaska, los traslados tendrían un inevitable “efecto llamada” para entrar a Europa a través de Canarias. Pero esa no fue la política del Aquarius. Ni el discurso anterior de este Gobierno. Eso es totalmente nuevo.

Con los emigrantes ilegales hay que separar la paja del trigo. Es vital discernir a quién se tiene que dar refugio humanitario y a quién se debe devolver a su país de origen. Pero en una administración colapsada esa tarea puede ser eterna. Que se lo digan a miles de familias desesperadas que esperan por el Ingreso Mínimo Vital. O por una dependencia. Si se conculcan derechos de los ciudadanos españoles más necesitados, con demoras indebidas y dramáticas, ¿qué podemos esperar de los plazos de repatriación de inmigrantes ilegales?

Aceptemos el pulpo de Grande Marlaska como animal de compañía. El que llega a Canarias se queda en Canarias. Punto pelota. Pero... ¿Hasta cuántos miles? ¿Treinta? ¿Cuarenta? ¿Cincuenta mil? ¿Dónde marca el Gobierno peninsular el techo de una situación límite que llevaría a las islas, convertidas en una macroprisión en el Atlántico, a una situación de riesgo? Y sobre todo... ¿Por qué se ha desperdiciado tantísimo tiempo hasta poner en marcha las medidas diplomáticas internacionales para frenar la salida de pateras y cayucos y reducir el flujo de migrantes?

Marruecos afronta una situación difícil con el Sáhara. Su política con España y la UE siempre se ha basado en un juego sospechosamente parecido al chantaje. Abrir el grifo de la emigración puede ser un intento de zancadilla al apoyo de España al Frente Polisario. Pero en medio, recibiendo las cachetadas, están estas islas. Y no se debe jugar con las cosas de comer.

Hay canarios sin vivienda que están preguntándoles por qué a ellos no les llevan a un hotel. ¿Y saben qué? No sabría qué responderles. Hay gente que ha perdido sus trabajos. Que está enfurecida con lo que está pasando. Desconcertada y amargada. Gente que está acudiendo a los comedores sociales o a los bancos de alimentos por primera vez en su vida. Son ellos los que gritan a los inmigrantes ilegales, no los millonarios. La cólera está en nuestras calles, no en los chalés. No es aporofobia, es rabia. Aunque los inmigrantes ilegales no tengan maldita la culpa de lo que nos está pasando. Y aunque nuestra miseria sea, para ellos que vienen del infierno, un estado de bienestar que nunca han conocido.

La crisis económica y social de las islas va a ser lo suficientemente grave como para que no haga falta complicarla. Pero eso es exactamente lo que, entre la chapuza y el desprecio, ha hecho Madrid, que llega a este desastre tarde y mal. En las islas nos espera un año tenebroso. Convertirnos en una cárcel para miles de inmigrantes ilegales es un enorme error. Es, como diría Angel Víctor Torres, una diarrea mental.