Dicen que dios aprieta pero no ahoga. Pero Pedro Sánchez es otra cosa. La cólera de dios consistía en arrasar ciudades con lluvias de azufre. El trabajo del presidente es mucho más destructor, porque tiene en las manos el arma definitiva: el Boletín Oficial del Estado.

Con el segundo estado de alarma, en el que ya estamos oficialmente, quedan prohibidos los viajes entre comunidades autónomas. Las cosas suelen ser lo que parecen. Y ante el comportamiento irresponsable de una buena parte de la sociedad, hemos acabado dando un nuevo hachazo a la economía.

En Canarias estábamos hace unos días, tan felices, celebrando la llegada de turistas británicos y alemanes. Es verdad que los aviones llegan con los pasajeros como los dientes de un viejo. Pero por algo se empieza. Y ya estábamos echándonos unas perras de vino para celebrarlo cuando el Gobierno ha anunciado que queda prohibido viajar entre provincias. O sea: otro palito en rueda del turismo en Canarias.

En el sector de las islas están razonablemente acongojados. Les están llegando viajeros que no se han sometido a pruebas. O lo que es lo mismo, estamos expuestos a que se nos cuele el bicho en el momento menos pensado. Algún hotelero celebrará que no vengan los ciento y pico mil peninsulares que acostumbran llegar en diciembre -son estancias más cortas que las de los guiris- pero se están orinando en su potaje. La gente bichada nos puede venir de cualquier sitio. Y lo que resulta un escándalo es que llevemos ocho meses sin poner en marcha un corredor sanitario seguro con las islas. Que Alemania y Reino Unido permitan a sus ciudadanos viajar libremente a las islas y no España es, simplemente, surrealista. Pero es la cruda realidad de un país tan embebido en sus guerritas políticas y sus miserias electorales que se está olvidando de gobernar para todo el mundo; incluyendo a los que no viven en el continente o sus cercanías. Que en la temporada de invierno el daño causado sea menor no hace menos relevante el gesto en sí mismo: que no hayan tenido en cuenta que Canarias vive de lo que vive.

Cortar las comunicaciones con la Península, para el archipiélago, es como cortarle la yugular. Tal vez sea mucho pedir que lo entiendan quienes nunca han mostrado el menor interés por comprender Canarias. Quienes solo vienen de visita con los ojos cerrados para no ver los muelles llenos de inmigrantes. Pero lo que le están haciendo a este pueblo empieza a ser un crimen. Por poco que sea, perder cien mil visitantes este diciembre es relevante. Y ofrece una imagen muy poco edificante ante el resto de Europa, porque si España no deja viajar a las islas, por algo será. ¿No?

¿Y por qué es? Pues por desidia. El Gobierno de Madrid no ha renovado los incentivos fiscales, que ya disfrutan vascos y navarros. No ha anunciado ni una sola medida especial para un turismo devastado. Y ahora esto. Ni corredores seguros, ni turismo peninsular. Otra más en la frente.

El recorte

Luz, más luz. Una de las experiencias más asombrosas para un canario que viaje al Reino Unido o Alemania consiste en entrar en un sitio a las dos de la tarde y encontrarse al salir, un par de horas más tarde, que es casi de noche cerrada. La gran diferencia de nuestras islas con esos países no solo es el clima. Es la luz. Y lo que valoran los turistas, desde los que juegan al golf a los que pasean por nuestros senderos, es el hecho de que la luz siga estando con nosotros hasta las últimas horas de la tarde. Desde ese punto de vista, el cambio de hora que hacemos en Canarias acortando la luz solar por las tardes -para ganarla por las mañanas- es una martingala que, encima, va en contra de los intereses de nuestro sector de éxito. El ahorro energético que se supone que se consigue con los cambios horarios está puesto en cuestión por muchos expertos que, además, advierten de los trastornos que estos cambios recurrentes pueden ocasionar en los ritmos circadianos de las personas. Deberíamos estudiar el asunto, porque la luminosidad y la actividad turística van de la mano. Nuestro horario debería ser coherente con nuestros intereses. Y nuestro principal interés sería “luz, más luz”, como dicen que dijo Goethe cuando todo se le estaba oscureciendo.