Iñaki Gabilondo decía esta semana que los ciudadanos españoles son como los pasajeros de un avión que, en plena tormenta, observan cómo el piloto y los copilotos se enzarzan en una pelea a puñetazos. Al ejemplo le faltan matices. Porque el avión va sin combustible, está cayendo en picado, los pasajeros vascos y catalanes quieren saltar en paracaídas y las azafatas, por megafonía, están haciendo una campaña de publicidad de lo bien que funciona la compañía aérea. Y no sé si me olvido algo.

España va de culo y sin frenos. La deuda pública está disparada, las estructuras del Estado del Bienestar crujen, el sector público se ha convertido en un lastre ineficiente y tan caro que ya no se soporta y el sistema de pensiones está al borde de la quiebra. Y en estos momentos, además, las secuelas económicas del coronavirus nos han sumergido en una recesión que destruye empresas y empleo.

En este cuadro que retrata un infierno del Bosco, Canarias mira a Madrid, que está ensimismada. Pero los problemas de nuestro país, siendo graves, tienen solución. Ni siquiera la inconmensurable incompetencia de nuestra clase dirigente puede cargarse una economía tan importante dentro de la Unión Europea. Entre otras cosas, porque Bruselas no se puede permitir ese lujo después de la ruptura de Gran Bretaña. La línea de liquidez aprobada por la Unión y el respaldo a la deuda del Banco Central Europeo son medicinas que funcionan.

El problema de Canarias es diferente. El consejero de Presidencia, Julio Pérez, ha dicho que en Canarias “sin turismo habrá hambre”. El diagnóstico es lacónico, pero certero. Lo estamos empezando a ver todos los días en las colas de los comedores sociales. Todo, en las islas, desde la agricultura a la industria, pasando obviamente por el comercio, depende de la venta de servicios turísticos. No existe manera humana ni divina de que podamos afrontar la quiebra económica con nuestros propios recursos. Y tampoco vale decir que las medicinas que el Gobierno de España está recetando para todo el país (ERTE, paro, pensiones y fondos sociales) sirven para curar una sociedad tan devastada como la nuestra. Situaciones extraordinarias requieren de medidas extraordinarias, lo quieran ver o no quienes hasta ahora nos vienen ignorando con todo éxito.

El PSOE y Podemos, en Canarias, pretenden gestionar la falta de respuesta de Madrid con paciencia y disciplina. Sostienen que una política de enfrentamiento no nos llevará a ningún sitio. Es una posibilidad. Pero la de ahora tampoco nos saca del atasco. Y es una certeza. Las islas necesitan que pase algo. Y rápido. Pero no tenemos influencia política, ni poder de decisión, ni capacidad para negociar fondos a cambio de votos, como tienen vascos o catalanes. Solo tenemos la fuerza de la desesperación. Conforme vayan pasando los meses y nos deslicemos por la pendiente de la pobreza, la evidencia será aplastante. Entonces los que hoy callan se enfrentarán a los resultados de su cobardía.

El recorte

Una denuncia polémica. La denuncia de una trabajadora doméstica -por no haber sido dada de alta en la Seguridad Social- contra la delegada de Violencia de Género del Gobierno de Pedro Sánchez, Victoria Rosell, parecería poca cosa si no fuera por el protagonismo político de la denunciada. Por ese tránsito ya pasó Pablo Echenique, con el caso de un asistente al que fue acusado de pagar sin darle de alta. Y seguro que hay muchísimos más casos en nuestra sociedad. Pero Podemos mantiene un discurso que establece un plus de moralidad ante comportamientos que considera inexcusables. Por eso, cuando se desvela que también ellos los practican, queda en evidencia que aplican la Ley del Fonil: la parte estrecha para los demás y la ancha para sí mismos. Que un político se mude de vivienda no es noticia. Que lo haga Pablo Iglesias sí, porque fue el autor de unas declaraciones en las que criticaba y condenaba a los políticos que se iban a vivir a chalés de zonas residenciales, abandonando el contacto con los barrios populares. “¿Entregarías la política económica del país a quien se gasta 600.000 euros en un ático de lujo?” escribió cuando Luis de Guindos se compró un piso. Dice esas cosas y luego, claro, pasa lo que pasa cuando compra el suyo. Que la señora Rosell haya podido pagar en negro a una asistenta doméstica sería un caso menor si no fuera porque el discurso de Podemos ha sido tan moralmente exigente. Pero solo con los demás, parece.