Todo lo que está ocurriendo en este país en torno a la pandemia es puro disparate, elevado a la enésima potencia en el caso de la Comunidad de Madrid, actualmente gobernada por una política carente totalmente de sensibilidad, empatía e incluso, me atrevería a decir, del más elemental sentido común.

La dirigente estrella de un partido cuyo afán privatizador en el más puro estilo neoliberal ha terminado provocando el colapso de la sanidad pública de una región con más de 6,6 millones de habitantes y que es ya la primera economía de España, por delante de Cataluña. .

Disparate es ordenar, por ejemplo, el cierre de los parques mientras se mantienen abiertos los bingos, las casas de apuestas y los bares y otros lugares donde, si, en lugar de estar guiados sólo por una determinada ideología, hacemos caso de la comunidad científica, es mucho más probable el contagio por un virus tan insidioso como caprichoso a la hora de atacar a las personas. .

Falta de empatía es responsabilizar sin más a los inmigrantes y a las capas más humildes de los barrios del sur de la capital por su "estilo de vida", que no es sino la necesidad de tener que vivir en la mayoría de los casos, obligados un empleo precario o los bajos salarios, en viviendas pequeñas y muchas veces insuficientemente ventiladas.

Y hacer tales acusaciones en una ciudad en la que muchos de los señalados con el dedo han de acudir diariamente a sus puestos de trabajo, por cierto en otros barrios de la capital, viajando hacinados y amordazados en transportes sin poder mantener en ningún momento la distancia recomendada.

En lugar de poner el foco en los lugares cerrados y sin apenas renovación del aire, se obliga a todo el mundo en esa Comunidad y en otras partes del país a ir por la calle a todas horas con la boca y la nariz tapadas bajo amenaza de sanción con la idea de que, si se relaja la prohibición de ir a cara descubierta incluso si se mantiene la distancia de seguridad, cada cual terminará haciendo lo que le dé la gana.

¿Seguimos siendo acaso un pueblo tan indisciplinado para el que sólo vale la mano dura?, como argumentan algunos que parecen echar de menos la época franquista. ¿No hay forma de confiar en la responsabilidad individual? ¿Tiene sentido ver a la gente en pueblos pequeños avanzar por calles totalmente desiertas con la mascarilla siempre puesta, uno no sabe bien si por miedo al contagio o a una posible sanción?

¿Tiene sobre todo sentido si la gente sigue frecuentando como si nada bares y restaurantes y hablando muchas veces a gritos en el interior de esos locales cuando la comunidad científica de todo el mundo dice que es precisamente en locales cerrados donde existe el mayor riesgo de contagio por los aerosoles?

Se harta uno de leer o escuchar en los medios que la que debería ser la primera barrera en la lucha contra el virus, la atención primaria de salud, está totalmente desbordada, que la gente llama y no consigue hablar con nadie o espera en la calle frente a los ambulatorios, esté o no lloviendo, porque no hay en ellos capacidad suficiente para atenderlos.

Los médicos se quejan de que no pueden dar más, y otro tanto ocurre con el resto del personal sanitario. ¿Dónde están los médicos y enfermeras que ahora faltan? La respuesta es sencilla: están en el Reino Unido, en Alemania, en Holanda y en otros países europeos donde nuestros jóvenes licenciados han podido encontrar trabajo suficientemente remunerado cuando aquí, en el mejor de los casos, sólo conseguían empalmar contratos interinos.

Por cierto, si hacen falta aquí médicos porque los nuestros emigraron en busca de oportunidades, sabemos de un país que los tiene en abundancia y además dispuestos a trabajar en el extranjero, aunque hasta ahora sea principalmente en países en desarrollo. Me refiero, por supuesto, a Cuba, pero claro, eso sería inaceptable ideológicamente para muchos aun en el caso de que el Gobierno de La Habana hiciese tal ofrecimiento?

En el intento cada vez más desesperado por evitar el aumento exponencial de los contagios y siempre bajo la presión de los lobbies empresariales se han ido tomando medidas a cuentagotas y además siempre tarde, aplazando reuniones destinadas a adoptar decisiones en lugar de actuar de forma contundente e inmediata con el resultado de que, por priorizar la economía frente a la salud de la gente, al final saldrán las dos gravemente perjudicadas.

Luchar contra una extraña pandemia como la del Covid-19 cuando los partidos se dedican a insultarse y utilizar una epidemia que es global en lugar de llegar a acuerdos es tener la batalla perdida de antemano. No hay ningún país europeo que presente en este momento un panorama tan desolador por culpa de unos y otros.

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