Los tinerfeños practicamos una política mitológica. Identificamos a los líderes con los resultados electorales, porque son la manera de medir su éxito. Pero no es así. Lo que abunda son gente mediática en lo próximo. Hábiles navegantes de regatas de cuatro años, sin perspectivas de futuro.

Andamos ahora en la guerra sucia del relevo en la Alcaldía de Santa Cruz. Los esfuerzos desesperados de quienes no quieren salir y la presión de quienes quieren entrar. Y pudiera parecer que ese drama del relevo democrático es fundamental para el futuro de los ciudadanos. Lamento decirles que puede no ser así. No es tan importante la figura de quien esté -que sí- como el horizonte de “para qué” está. Lo importante no es lo evanescente, sino lo trascendente. Lo que importa es que algún día llegue alguien que abra los ojos y mire mucho más allá. Al fondo del pozo.

Porque ¿qué es Santa Cruz sino la crónica de un fracaso? La cocapital de Canarias se ha convertido en un pueblo somnoliento. Es una ciudad administrativa, que vive de los empleados públicos. No tiene turismo, ni le interesa. Debe ser la única ciudad costera del mundo que vive de espaldas al mar. Ha levantado a lo largo de toda su costa, para no ver las olas, una muralla de contenedores, grúas, hierros oxidados y tanques gigantescos. Es tal su alergia por la prosperidad, que decidió impedir que se edificara una gran playa urbana -como Las Canteras- para proteger unas laderas llenas de basura y preservativos usados. Se ha convertido en una ciudad dormitorio, que vive a la sombra de la prosperidad del gran Sur: la capital económica desde hace muchos años.

Las Palmas crece en importancia poblacional y económica, de forma imparable. Porque en una gran capital la lucha consiste en una competencia dinámica por el triunfo. Santa Cruz se agota, como una vela, porque las peleas en un pueblo consisten en que el prójimo no gane. Transformar el municipio es un trabajo imposible. Es darle la vuelta como un calcetín a un modelo económico periclitado desde hace décadas. Es tener una idea de gran ciudad distinta.

Santa Cruz, capital, espejo de la isla, duerme, como Tenerife, el sueño de los justos. Un sueño sin sueños en el que languidecen las grandes vías, en el que se atascan las inversiones, se espantan los capitales y se gobierna desde la negación silvestre. No hay nada reseñable en la historia última de la isla. Y no es un problema de los políticos, que no son sino la representación de una sociedad civil desarticulada y cainita. La carretera de La Aldea, una inversión pública de más de doscientos millones para diez mil habitantes, avanza a toda máquina con trabajos urgentes y extraordinarios, mientras las autopistas, las playas, los puertos y las terminales aéreas de Tenerife siguen plácidamente abandonadas en el lecho de las promesas.

No es más triste la verdad, lo que no tiene es remedio. Tenerife se agosta porque nuestra sociedad ha perdido el pulso y la fuerza.

El recorte

Tránsfugas transfigurados. En este país de nuestros desamores, los electos -concejales, consejeros, diputados o senadores- lo son a título personal. Las actas que les declaran oficialmente elegidos no son de sus partidos, sino de ellos. Los partidos lo que hacen es proponerles en sus listas para que los ciudadanos les voten. A partir de ahí se ha creado la ficción de que son los partidos los “dueños” de las actas y se ha creado la figura literaria -intentando que fuera jurídica- del “tránsfuga”, al que se le quieren negar sus derechos constitucionales (cosa que, por cierto, Tribunal Constitucional mediante, no se puede). En la memoria hay ejemplos para aburrir de tránsfugas canarios que desobedecieron a sus partidos y hoy siguen felizmente en sus partidos. Los de Ciudadanos, en pleno proceso de enamoramiento gubernativo, se han cogido la del pulpo con que se haga una censura contra el PSOE en Santa Cruz con una concejal naranja tránsfuga. Es más de lo mismo porque ya pasó la primera vez. Y también en Ciudadanos se agarraron una calentura con mucho aspaviento, pero bastante inútil. Uno empieza a preguntarse si lo que pasa es que Ciudadanos es esencialmente un partido tránsfuga de sí mismo. Uno que no controla nada, ni a nadie; que va dando bandazos y que tiene a sus votantes más desorientados que al barco del arroz. En último que apague la luz. Y si eso, que la pague.