El 22 de enero de 2016 durante un mitin en Iowa cuando luchaba por la nominación del Partido Republicano a la presidencia de los Estados Unidos, Donald Trump dijo lo siguiente: "Tengo conmigo a la gente más leal. Podría pararme en mitad de la Quinta Avenida de Nueva York y disparar contra la gente y no perdería votantes". Tanto su principal oponente, Ted Cruz, como otros dirigentes conservadores tomaron la insólita declaración como una muestra más de la desquiciada oferta electoral de un personaje que transitaba del mundo de los negocios al de la política con un, hasta entonces, sorprendente apoyo popular. Lo normal, especulaban en esos círculos, sería que el magnate contribuyese a animar la campaña, pero al final se impondría la lógica y un candidato más profesional y previsible acabaría por conseguir la nominación republicana y resultaría elegido para disputar la presidencia a la candidata demócrata, Hillary Clinton. Nada de eso ocurrió. Donald Trump se alzó primero con la victoria dentro de su partido y después, contra todo pronóstico, en las elecciones a la presidencia de la nación más poderosa del mundo, pese a que la señora Clinton le superó en votos populares gracias al peculiar sistema electoral que rige para el acceso a la Casa Blanca. Desde entonces, y ya va para cuatro años, el número de declaraciones sorprendentes (por calificarlas de forma benévola) se ha multiplicado y raro es el día que de boca del presidente de Estados Unidos no sale alguna opinión incoherente e impropia de tan alta magistratura. La última (puede que ya penúltima a la hora en que se publique este artículo) tuvimos ocasión de oírla durante una comparecencia pública para comentar las medidas de su Gobierno contra la extensión del coronavirus. Según dijo Trump, en presencia de sus asesores científicos, convendría probar los efectos supuestamente beneficiosos de una inyección con desinfectante en los pulmones. "El desinfectante lo deja KO en un minuto. ¿Hay alguna manera de que podamos hacer algo así mediante una inyección? Porque ves que entra en los pulmones y hace un daño tremendo, así que sería interesante probarlo". Los asesores científicos no sabían dónde meterse para no dejarlo en ridículo y la comunidad sanitaria tuvo que lanzar varios comunicados para recomendar al público que se abstuviese de ingerir desinfectantes y pastillas de lavadora para evitar males mayores. Ya es sabido (lo hemos visto en el cine) que una buena parte de la opinión pública norteamericana sigue a pies juntillas cualquier cosa que sugiera el comandante en jefe. Las declaraciones de Trump, que se vio obligado a cortar el escándalo atribuyéndolas a una intención sarcástica o a una broma pesada contra un sector de la prensa que le es hostil, nos trae a la memoria la llamada "teoría del loco". Una invención de la presidencia de Richard Nixon para hacer pensar al bloque de países comunistas que en la Casa Blanca moraba un individuo (nada menos que el presidente de Estados Unidos) capaz en un acceso de cólera de desencadenar un ataque con bombas atómicas. Y, temerosos de ello, los comunistas se habían plegado muchas veces a sus pretensiones. Tal parece que el "loco" no se ha marchado de allí.