Hay que reconocer que a pesar de todo el circo mediático organizado en torno a la exhumación de Franco, el comportamiento del Gobierno a lo largo del día de autos -de autos y de helicópteros- fue sobrio, contenido y prudente. Por unos fugaces momentos me pareció que la nuestra era, efectivamente, una democracia madura. Menos mal que a eso del mediodía, el presidente Pedro Sánchez convocó una rueda de prensa para cobrarse su pedacito de gloria electoral y me trajo de vuelta a la realidad. Las frases de sobre de azúcar que Sánchez leyó con más pena que gloria -España no se puede construir sobre el olvido- no aportaron absolutamente nada a nadie más que a su imagen de candidato.

Franco fue uno de los muchos golpistas que intentó cargarse la república española. La izquierda antecesora de la que ayer se manifestaba en Madrid conspiró para destruirla tanto como los anarquistas, los monárquicos o los militares. Hubo sublevaciones obreras en Asturias. Y nacionalistas en Cataluña. Y los fieles republicanos resistían las sacudidas de un país desordenado y fanático, donde todo el mundo creía tener razón. El golpe de Mola, Sanjurjo y Franco prosperó y derivó hacia una guerra cruel. Después Franco traicionó a casi todos -empezando por los que esperaban la reinstauración de la monarquía- y empezó una larga dictadura en donde exterminó por la fuerza y la represión todo tipo de resistencia intelectual o política.

Aunque nos cuenten una historia de buenos y malos, falsa como Judas, antes de la dictadura mató todo el mundo. Pero es verdad que después, en la dictadura, solo lo hizo el franquismo. Que Franco estuviera enterrado con honores de jefe de Estado en el Valle de los Caídos era una anomalía para una democracia occidental que no se puede comparar, afortunadamente, con los regímenes que aún desempolvan la momia de Lenin o mantienen la tumba de Stalin en las murallas del Kremlim o las de Mao o Fidel. Lo normal es que estuviera enterrado discretamente con su familia, hace muchos años.

La mudanza de la momia ha llegado tan tarde que se podría haber programado para después de las elecciones. Pero claro, a quién le amarga un dulce. Pedro Sánchez es de los que piensan que del cochino se aprovecha hasta el rabo. El traslado del dictador ya cuelga de su pechera como una medalla -como la laureada que se concedió el general bajito a sí mismo- y pasado el circo de cámaras y medios acreditados, ya solo queda esperar que el musgo crezca sobre la nueva tumba.

Los líderes de la izquierda que lucharon contra el franquismo, que padecieron persecución, cárcel o exilio, fueron capaces de hacer la transición a la democracia. Ninguno de ellos olvidó, pese a lo que diga algún frívolo venido a más. La libertad que disfrutamos hoy la construyeron los hijos de los vencedores y vencidos, como tan bien escribió Santos Juliá. Pero no sobre la desmemoria, sino sobre la tolerancia. Esa que también enterramos hace algún tiempo, pero en una tumba mucho más profunda.