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Los ocho capítulos de la segunda temporada de 'El embarcadero' ahondan en la reflexión general con la que se dio a conocer

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De nuevo, me la tragué. Suena mal, lo sé, pero es una manera gráfica de explicar lo que sentí, o el nivel de adicción que me causó la segunda temporada, y última, de la serie de Movistar 'El embarcadero'. En sus continuos y cada vez más oscuros -aunque luminosos en sus resultados narrativos-, en sus continuos viajes al pasado para explicar el presente, los ocho capítulos de esta segunda temporada de la serie no sólo arrojan luz sobre ese personaje canalla, sinvergüenza, mentiroso y a la vez débil, lastimoso y atormentado de Álvaro Morte -que interpreta a Óscar- sino que ahonda en la reflexión general con la que 'El embarcadero' se dio a conocer, es decir, qué es el amor, el deseo, cómo se puede vivir, por qué lo que es bueno para mí a ti te rompería el corazón, qué pasa cuando de golpe tu vida se rompe -lo que le pasa a Alejandra, el personaje de Verónica Sánchez, la esposa de Óscar, que al descubrir el pastel de tanto engaño inicia un camino que va de la vida reglada y de apariencia confortable en lo sentimental al lado más salvaje no del amor, que tan bien, sino del deseo-. La otra pata del trío volcánico es Verónica, que saca adelante con dosis de fuego y libertad Irene Arcos. Alrededor, festoneando la historia, aportando a la trama chispa y secretos,emoción y dolor, miserias y recovecos del ser humano, los siempre enormes Roberto Enríquez, Cecilia Roth, Antonio Garrido y Miquel Fernández. 'El embarcadero', una idea de Álex Pina y Esther Martínez, ha sido dirigida por Álex Rodrigo, Jorge Dorado y Jesús Colmenar. Sobre el final de la historia, como es lógico, no digo ni pío. Sólo digo una cosa. Es de los que convence.

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