La novela «fue perseguida por pornográfica e irreverente por la Iglesia y por el fascismo que avanzaba en España», señala Juan Cruz sobre una obra publicada en 1934 -considerada la primera novela surrealista escrita en España- sepultada por el propio autor cuando comenzó la Guerra Civil. Siendo catedrático de Lengua y Literatura fue desposeído de su dignidad docente y simuló su adscripción a Falange para sobrevivir.

A través de la lectura de esas once breves estampas, esa cascada de textos que hilan el volumen de Crimen –obra del tinerfeño Agustín Espinosa, publicada en 1934 en las Ediciones de la Gaceta de Arte con una extraordinaria cubierta de Óscar Domínguez y considerada la primera novela surrealista escrita en España– se pueden encontrar situaciones como la de hombres que amanecen crucificados en balcones, sombreros que labran la desgracia de personajes solitarios y también de doncellas, extraños festines navideños y manos mutiladas, «pero todos insertos en un discurso de singular belleza, con una prosa donde las enumeraciones caóticas, los adjetivos sorprendentes y las imágenes inolvidables se suceden de manera incesante», escribió Alexis Ravelo, quien fue el encargado de reeditar esta obra en 2019 bajo el sello de Siruela, rescatada antes del olvido, en 1974, por Taller de Ediciones JB.

A juicio de este recordado autor del género negro, «Espinosa cumplió su propósito de epatar (provocar la admiración) al burgués, escarbando en los lugares más recónditos de la consciencia, revolviendo los sótanos del alma, poniendo patas arriba la realidad». Y abunda el grancanario en el hecho de que, «cuando hemos acabado de leerlo (cuando se abre la puerta a la inevitable relectura), descubrimos que el erotismo, la provocación y la violencia son lo de menos; que el cuadro, la imagen final que queda en la memoria, es un cuadro de belleza, no de subversión». Eso es, en su opinión, lo que consigue Espinosa con este libro: «trascender la boutade y la provocación y el juego surrealista; crear una obra inmortal. Pero, también, labrarse la desgracia».

Esta afirmación tiene que ver con el proceso abierto a Espinosa por la publicación de Crimen. A propósito, el periodista y escritor Juan Cruz señala sobre la obra que «se publicó originariamente en 1934, y enseguida fue perseguida por pornográfica e irreverente por la Iglesia y por el fascismo que avanzaba en España». El hecho es que la novela fue sepultada cuando empezó la guerra y el propio autor la ocultó. Catedrático de Lengua y Literatura fue desposeído de su dignidad docente. Y continúa Juan Cruz: «Simuló su adscripción a la Falange para de esta forma escapar de la muerte que sufrieron compañeros suyos, cuyo activismo se había reducido a su militancia surrealista».

La voz poética de la narración de Crimen es la de un asesino que al escribir recrea el desordenado y caótico relato de una pasión desenfrenada y la muerte violenta de la mujer deseada, vistos a través del prisma de una conciencia en vías de desintegración.

Al comenzar el libro nos encontramos con un narrador masoquista que acaba cometiendo un crimen, que pasará por suicidio. La víctima es su joven y hermosa esposa que gustaba de humillarlo con escatologías y masturbarse ante él besando el retrato de un muchacho de suave bigote oscuro. Lo que viene a continuación es una sucesión de escenas alucinadas, de imponente irrealidad, con abundancia de momentos escabrosos y violentos, además de imágenes memorables.

En lo que se refiere a lo gastronómico, y en el capítulo titulado La Nochebuena de Fígaro, Agustín Espinosa describe con evidente sorna una celebración navideña burguesa: «Todo esto entre dos hileras de cubiertos, sobre el mantel blanco de una mesa de comedor preparada para una gran cena de Nochebuena», cuajada de imágenes como «los mal vestidos pies, rozando la blancura de unos pasteles de coco y la ligera arquitectura de un castillo de hojaldre; una de las manos, de uñas curvas y oscuras, medio sumergida en una fuente de chantilly».

Y continúa con la descripción: «En una mesa próxima había varias botellas de champaña y una flamante cabeza de cerdo, de colmillos muy largos, que se parecían demasiado a los del difunto».

Abundando en este festejo de Nochebuena, Espinosa relata. «Aunque solo acariciaba las orejas, los labios, las mejillas de un hombre a quien había asesinado unas horas antes en su misma habitación, para sustituir su cabeza por una cabeza más clásica: capricho último, de noche de Navidad, de una mujer de pelo rojo y caderas ampulosas. Por quien había llegado hasta el crimen». Aquella mujer aguardaba voluptuosamente «retorno imperioso a su casa, portador de la cena mágica, en la cual habría de ser yo, a la vez maitre, matarife y comensal enamorado».

En el capítulo Diario entre dos cruces, el autor bosqueja así el retrato de un periodista: «Para que un periodista anónimo haga su crónica más cruenta, mientras muerde un bocadillo y sorbe un vaso de ginebra y chupa un cigarro que no sabe si es suyo o por qué caminos le ha llegado. Para que unas llorosas mujeres se lamenten, y coman luego con más apetito aquella noche».

Y a manera de un colofón sangriento: «Cómete tu pan, robado en no sé qué odiosa tahona. Cómete tu fruta –horrible noruego– y tus rosas», ya cadáver.

Una obra breve y sostenida por la audaz radicalidad

Agustín Espinosa García Estrada (Puerto de la Cruz, Tenerife, 23 de marzo de 1897-Los Realejos, Tenerife, 28 de enero de 1939) murió a la temprana edad de 42 años, dejando una obra breve, tensa, de sostenida y audaz radicalidad. Sus primeros pasos literarios los dio bajo la influencia poética del modernismo, cuando entre 1917 y 1918 estudiaba Filosofía y Letras en Granada, donde conoció a Federico García Lorca. Continuó sus estudios en Madrid, doctorándose con una tesis sobre José Clavijo y Fajardo. Ya de regreso a Tenerife trabajó como ayudante en la Universidad de La Laguna y en 1928 obtiene la plaza de catedrático de segunda enseñanza. Es a partir de 1927, cuando retomará su obra literaria, convirtiéndose en un destacado prosista de vanguardia, colaborando en revistas como La Gaceta Literaria o las tinerfeñas La Rosa de los Vientos y Gaceta de Arte. Tras publicar un primer libro de influencia cubista, Lancelot, 28.º-7.º(1929), tomó contacto con el surrealismo en 1930 durante un viaje a París. De ese mismo año sería Oda a María Ana. Primer Premio de axilas sin depilar. Y también fruto de ese contacto, que marcó definitivamente su obra, ve la luz su libro Crimen (1934), una de las obras más importantes del surrealismo español, que levantó entonces gran revuelo entre los conservadores canarios, y la organización en 1935 de una exposición de pintura surrealista en el Ateneo de Santa Cruz, del que era presidente, a la que asistieron André Breton y Benjamín Péret. Su activa militancia en el grupo surrealista canario le puso en una difícil posición durante la Guerra Civil, momento en el que fue depurado de su cátedra y amenazado de muerte pese a su inmediata conversión al falangismo. Las complicaciones derivadas de una operación acabaron con su vida a comienzos de 1939. | S. Lojendio