En plena ebullición creativa, un joven e inquieto periodista, Juan Cruz Ruiz, conquista el prestigioso premio de novela Benito Pérez Armas con su ópera prima, de título Crónica de la nada hecha pedazos, cuajada de una dosis de metaliteratura, «un poso melancólico de negar a la propia literatura en favor de la vida», reconoce el autor. En sus páginas se percibe, en pleno tardofranquismo, la apuesta por una escritura «visceral, plena de duda, de interrogaciones», destaca la crítica. El intelectual Domingo Pérez Minik señala sobre la novela que «no tiene fábula, ni espacio ni tiempo (...) porque tiene de todo, a su manera».

Además de incidir en el problema del intelectual en las islas, en las dificultades para su realización personal, esta obra ya auguraba un lenguaje insólito dentro de la prosa insular: fragmentado, abierto, un tanto caótico. En una ocasión en la que hablaba en público, Juan Cruz se dio cuenta «casualmente» de que tocaba con su mano el aparato que utilizaba para evitar su asma crónico y que llevaba guardado en un bolsillo de su chaqueta. Recordó entonces que durante su niñez el asma fue su «compañera indeseada pero insistente». Quizá de ahí esa urgencia atropellada, ese sinvivir que destila la lectura de la novela, hasta acaso ese sabor agrio, y además, por su oficio de periodista, el uso de un género como la crónica, herramienta ideal para contar.

Las referencias a lo gastronómico salpican la obra de alcohol o desayunos, de alguna cena opípara, también de señales del hambre, situaciones que envuelven a los personajes o bien los acompañan, como la de aquel hombre de «barba descuidada y el saco de compro aluminio, ropa vieja, alpargatas… que va pesando cada vez más sobre su cuerpo sin desayunar».

También describe Juan Cruz, de forma descarnada, el protagonismo casi perenne del alcohol en un espacio de agria soledad y tristeza: «En esa casa, ahí enfrente, vive un hombre que no es feliz (…) los labios pálidos y un vaso de whisky en la mano que se te acerca» o la reflexión acerca del insular: «El ser mutante que vive en la isla adocenada tiene los ojos llorosos por el vino que se bebe en el puerto, siempre a espaldas del mar o de las charcas».

En su relato, «la comida, el conejo, las papas, el mojo, el plátano y el sueño quedan en el fondo del estómago como una piedra irrecuperable, hermosa», un instante de complacencia.

Y la vida se transita con pesadumbre y agonía: «Tomar una copa, volver a salir, hablar interminablemente –hoy los ojos los he tenido muy llorosos–, no sé qué habrá pasado, será el coñac», o acaso será uno de esos seres mutantes, de los que beben vino de espaldas al mar o de las charcas.

La angustia persiste: «No entiendo nada y otra copa o quizá no haya ninguna copa, pero sí hay hambre y ¿te vienes a cenar?». Al fin y al cabo «(…) esta es una huida para regresar allí donde no haya que buscar ni soledad ni compañía ni vino».

En un fugaz acercamiento a La Laguna, el autor la retrata como «una universitaria de primero de comunes, una ciudad aburridísima donde los hombres se tocan los codos hasta que se termina el vino y viene al mismo tiempo la canción y camarero, otra ronda, y surge la borrachera».

Un descubrimiento, el masagrass, una bebida con café, endulzada:«–Café con hielo, por favor. Masagrass. ¿Nunca has probado un Masagrass? Es delicioso. Pruébalo, por favor. Camarero, otro Masagrass».

En el ambiente de un hospital para soldados queda la imagen de una copa de coñac sangriento. «No bebas tanta ginebra, te decían, porque tú bebías ginebra en vasos pequeños y sucios. –De todos modos, nunca te cargas».

Para aquel personaje, el coñac por la tarde y por la mañana llegó a convertirse en «una costumbre insalvable y todo se reducía a confiar en que el tiempo pasara efectivamente volando».

«–¿Quieres jalufo? (carne de cerdo), le preguntan a un soldado mahometano de la legión que no podía comer jamón». Y una licencia autobiográfica: «No hiciste el cuartel porque eras asmático».

A manera de epílogo, esa apresurada retahíla de palabras: «Almorzamos kilométricamente, almorzamos, merendamos, desayunamos, jugamos juntos, pero nunca cenamos, como si la noche, nunca cenamos fuera, a pesar de que muchas veces tus manos frieron huevos para mí, cuando la gente era ya silencio, sueño y malestar felicidad pequeña, dulce y desconocida».

Esta obra, indudablemente, no tiene ni tiempo ni tampoco época. Con el paso de los años, la nada sigue hecha pedazos y nadie ha sabido reconstruirla.

Con la Isla metida en el pecho

Juan Cruz Ruiz nace en Puerto de la Cruz, Tenerife, el 27 de septiembre de 1948. Realiza estudios de Historia y Periodismo en la Universidad de La Laguna y pronto comienza a trabajar en prensa, primero en El Aire Libre, donde realiza crónicas deportivas, y, posteriormente, en los periódicos La Tarde y EL DÍA. A los veintitrés años gana el premio Benito Pérez Armas de novela con su opera prima, Crónica de la nada hecha pedazos (1971). En 1973 fija su residencia en Madrid y tres años más tarde publica Naranja. En 1982 entrega Retrato de humo y en 1988 recibe el Azorín de novela por El sueño de Oslo, año en el que publica Cuchillo de arena, a la que siguen En la azotea (1989) y Edad de la memoria (1992). También ha cultivado el cuento infantil, Serena (1994). De 1995 son El territorio de la memoria y el ensayo Exceso de equipaje, y un año más tarde, Asuán. En 2009 logra el Premio Comillas con La vida literaria: una memoria personal. Su última obra lleva por título Mil doscientos pasos (2022). En 1976 forma parte del equipo fundador del diario El País, donde desempeña labores de redactor, corresponsal en Londres, jefe de Cultura y Espectáculos, jefe de Colaboraciones y adjunto a la dirección del periódico. A mediados de los noventa cultiva el papel de editor en los sellos Alfaguara, El País-Aguilar y Taurus, además de tareas de director de Comunicación del Grupo Santillana. En 2000 se le concede el Premio Canarias de Literatura, en 2008 la Medalla de Oro de su ciudad, Puerto de la Cruz, y en 2012 el Premio Nacional de Periodismo. Desde 2022 oficia como adjunto a la Presidencia del Grupo Prensa Ibérica, del que forma parte el periódico EL DÍA.