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'Chicos buenos', preadolescentes y sexo

Divertida a veces, ocurrente en otras, la película no peca de puritanismo

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No es una comedia estúpida y, por lo menos, denota una tendencia aceptable a reflejar con una cierta naturalidad la realidad cotidiana de tres amigos de preadolescencia.

Forman un trío que va siempre unido y que vive los delicados y terribles momentos del descubrimiento del sexo. El mayor no ha superado los 12 años y los otros dos también se mueven en un terreno similar, tratando eso sí de conquistar cada nuevo día una meta más o menos memorable que cuenta con el hándicap terrible de unos padres que no controlan todavía, ni mucho menos, estos espacios cercanos a las aulas del instituto.

Estamos ante la ópera prima de Gene Stupnitsky, responsable en buena medida de un guión compartido con Lee Eisenberg en el que también han aportado ideas jóvenes cineastas que ya intervenían en ‘Superfumados’, ‘Supersalidos’ y ‘La fiesta de las salchichas’ y que pusieron su firma en ‘Bad teacher’, rodada en escenarios similares.

De todos modos, esta cinta se sitúa en un ámbito mejor escrutado y definido en el que los tres protagonistas van a poner a prueba sus nervios cuando destrozan sin pretenderlo el objeto más valioso e intocable del padre, un inevitable dron que se convierte en un montón de piezas inservibles. Por fortuna encontrarán solución a sus problemas y con ello serán invitados nada menos que a asistir invitados a la fiesta del primer beso, la popularmente conocida como la del «morreo».

Superarán, asimismo, la experiencia de atravesar una autopista infestada de tráfico en la que se juega todos la vida. Divertida a veces, ocurrente en otras y con toques que confirman que los guionistas y realizadores han sabido identificarse con el ambiente en que han trabajado, la película no peca de puritanismo pero tampoco, desde luego, de referencias inevitables e incesantes a la felación.

No afronta, tampoco, el asunto de las drogas o de la relación padre-hijo con un mínimo de seriedad, probablemente porque en muchos momentos ni siquiera los pequeños entienden lo que dicen y lo que se pretendía no era una lección de ética sino simplemente despertar la risa del auditorio

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