Trump quiere declarar la guerra a Pekín por la "plaga china", Biden lo solucionará "creando una comisión". El neroniano presidente y el insulso pretendiente protagonizaron un debate de telebasura en que el primero zancadilleó con reiteración al segundo. Por ejemplo, cuando el inquilino de la Casa Blanca precisa "salvo que esa persona sea estúpida", mientras señala con el dedo a su rival. Por desgracia, la calidad oratoria del Demócrata se sintetiza en el abracadabrante "las mascarillas son importantes". En efecto, es la frase que pronunciaría Rajoy, no cabe mayor agravio.

Trump golpea, empuja, zarandea y sacude a Biden, pero ni siquiera queda claro que necesitara exhibir sus malas artes para neutralizar a un anciano lastimoso. No por la edad, pertenecen a la misma década, sino por las menguadas prestaciones. Es el primer debate en que no hablaban los dos participantes a la vez, sino los tres porque el moderador Chris Wallace se sumó a la fiesta. Dada la virulencia y visceralidad del encontronazo, es posible que el presidente perdiera las elecciones al ensañarse salvajemente contra el hijo drogadicto de su rival. Sin embargo, aquí el candidato Demócrata cerró los ojos, un ejemplo de su reacción ante una crisis nuclear.

Biden se pronunciaba desde la superioridad moral de que no solo considera a Trump un presidente inadecuado, sino un rival indigno. Claro que para percibir esta sutileza había que adentrarse en la maraña de descalificaciones, donde el Demócrata no desdeñaba la oportunidad de exhibir los gestos que se dirigen al árbitro que acaba de pitar un penalti en contra. La acalorada audiencia biempensante estadounidense suspira por introducir a uno de los candidatos en un metafórico ataúd, pero antes tiene que sacar del féretro a su mortecino antagonista. Se amontonan decenas de razones para no votar a Trump, pero no hay ninguna para votar a Biden.