Hay varias clases de payasos, "augusto", "carablanca" o "carácter" entre ellas, pero solo hay uno que pueda presumir del título oficial de "mejor del mundo", el italiano David Larible, un "pícaro con la ternura de los niños", que actúa por primera vez en Madrid en sus 30 años de carrera como "nariz roja".

El "Óscar" del circo lo logró en 1999 con el mismo espectáculo que trae a Madrid, en el festival de circo más importante de cuantos se celebran, el de Montecarlo, donde once años antes le había visto el príncipe Rainiero de Mónaco, un absoluto fan de su trabajo y sin el que, probablemente, su carrera habría sido otra.

"Era una persona extraordinaria, un gran conocedor del circo y de un humor increíble. No se cómo habría sido mi vida sin conocerle, pero todo pasa porque tiene que pasar", asegura en una entrevista Larible (Novara, 1957), séptima generación de una saga de artistas, casi todos acróbatas, en la que él es "la oveja negra".

Su padre pensó que su deseo de ser payaso era una excusa de "vago redomado" o un "capricho" y, "como entonces no existían las escuelas de circo y los padres eran los maestros", su progenitor se lamentaba de que siendo como era un acróbata no iba a poder enseñarle nada.

Tuvo que aprender acrobacia, "claro", pero también a tocar la trompeta y "¡danza clásica!": "Todo me ha servido, me ha dado armonía, aunque alguna vez me preguntara ''qué coño hago aquí haciendo ''demi-pliés y relevès''", se ríe haciendo gala de un casticismo que aprendió de muy niño en sus viajes a Madrid acompañando a su padre y al Circo Atlas.

"Él actuaba en el Price, cuando era un circo estable en la plaza del Rey y también en un cabaré que había allí que se llamaba el Casablanca", rememora con nostalgia.

Está "muy feliz" de debutar en Madrid, donde trae la historia del limpiador que quiere ser payaso y en la que la improvisación tiene un gran peso: "Esa es mi característica fundamental, algo que empecé a hacer en 1981 y que luego han hecho otros, pero es normal", asume.

"No soy un animador. Yo no hago reír por reír, ni humillo a nadie. Los espectadores se convierten en ''partenaires'', en cómplices, porque se dan cuenta del respeto con el que les trato", presume.

Lo que él hace, abunda, es "un juego para aprender a no tomarse en serio porque cada vez que nos tomamos en serio pasa algo terrible: Hitler, Mussolini, Stalin... Nunca se rieron de ellos mismos ni nadie se rió con ellos".

¿Y Silvio Berlusconi? "No me arruine el día, por favor. Cuando empezó tenía cosas que me gustaban pero luego empezó a creerse que era omnipotente", subraya.

Larible no ha vivido nunca más de cinco meses en un lugar, aunque haya sido, por ejemplo, doce años la estrella del Madison Square Garden, en el que actuaba cada temporada.

"Nosotros entendemos el tiempo y el espacio de otra manera. Una semana estás en una habitación frente al Etna y otra detrás de un basurero pero no puedo entender a quien vive siempre en la misma casa", relata.

Sabe decir de todo en seis idiomas y ya ignora cuál es "el suyo", aunque "cree" que habla en italiano con su hija de 23 años, acróbata del aire, y con su hijo de 15, malabarista.

"Es natural que se dediquen a esto. Es lo que han vivido y lo que ellos enseñarán a sus hijos. Para ser artista de circo y que sea tu forma de vida es casi obligado haberlo mamado", diagnostica.

Cuando termine el 3 de marzo sus funciones en el Price, Larible actuará, por primera vez en su vida, en la India, en una gala para el Lido de París.

"¿Que qué me gusta hacer cuando no trabajo?. Viajar no, desde luego. Mis vacaciones son el ''dolce far niente'' y si puede ser en una playa, mejor", ríe a carcajadas.