Más del 40% de los encuestados por el Centro de Investigaciones Sociológicas afirman que no han decidido su voto para las elecciones generales, pero más del 72% aseguran tajantemente que votarán. Es imposible pronosticar un resultado en ese contexto pese a la majadería de articulistas y oradores afirmando que el bloque de las derechas (PP, Ciudadanos y Vox) no alcanzarán la mayoría absoluta y el PSOE podía hacerlo con el apoyo de Podemos, Compromís y el PNV, sin necesitar el concurso de los independentistas catalanes. Podría ser así, podría ser lo contrario y podría ser un pollo de cuatro patas con una tesis doctoral sobre Kierkegaard. Se va a votar para evitar la victoria del otro bloque (malditos) o por desconfianza o voluntad de castigo en el interior del mismo (antiguos votantes del PP pasándose a Vox, ciudadanos que respaldaron a Podemos, regresando o apostando ahora por el PSOE como trinchera del voto progresista).

Este bloquismo pertinaz consigue un efecto casi mágico: deja patente que la verosimilitud de los programas se ha disuelto como una silente ventosidad en el aire de la primavera electoral. En efecto, si se recorren las ofertas programáticas de los diversos partidos y coaliciones se pondrán encontrar propuestas legislativas, acciones políticas e inversiones presupuestarias que, en su gran mayoría, demandan un compromiso transversal. La reforma de las pensiones, la educación pública o la mutación del modelo energético -por no hablar de la reforma constitucional inevitable para transformar la estructura político-territorial del Estado- exige amplios consensos que ahora mismo son inimaginables. Consensos que desbordan los ámbitos ideológicos y demandan una negociación política abierta, flexible e inteligente que piense en las próximas generaciones, no en las próximas elecciones.

Y de eso nada. En Poderosa Afrodita el personaje que interpreta Woddy Allen, obsesionado por la amarga carencia de sentido del Universo y su sopa de galaxias, le pregunta a una prostituta a la que acaba de conocer si sabe lo que es un agujero negro. "Claro que sí, cariño", le responde, "es con lo que me gano la vida". Todo partido político actual debería responder honestamente lo mismo. El afán polarizador es tan intenso que cualquier cosa -hasta la luz para descubrir un error tan estúpido- queda devorada y aniquilada. No es únicamente que el PP se haya retirado de la carrera electoral para que se presente la FAES, mimetizando las fascistizantes españoladas de Vox, o que Ciudadanos quiera sustituir al PP en un espacio de centroderecha uno, grande y libre, jurando odio eterno a todo lo que sepa a socialdemocracia y nacionalismos periféricos. Es que el PSOE de Pedro Sánchez entiende a Vox como un bendito regalo hasta el punto de no admitir su presencia en debates televisivos si no participan los neofranquistas, que la democracia es para todos y no hay que ser egoístas.

Es imposible saber quién dirigirá el Gobierno de España a partir del próximo mes. Pero no es tan aventurado suponer que no lo hará más que un par de años y en medio de una situación económica cada vez más delicada, tensa y amenazadora. Y vuelta a empezar.