El Gobierno de Ecuador ha retirado el asilo político a Julian Assange y la policía británica ha entrado en la embajada en la que se atrincheró hace cerca de siete años, lo ha sacado casi a rastras y lo ha metido en una celda. Assange se convirtió en un héroe de la izquierda internacional hace más de una década cuando inventó junto a otros compañeros Wikileaks, plataforma vanguardista del activismo digital, que se ha apoderado de información confidencial de gobiernos (muchos) y grandes empresas (muy pocas) hackeando ordenadores y bases de datos para difundirla masivamente. En su momento de gloria (2010) Wikileaks llegó incluso a ceder miles de cables de embajadas y consulados estadounidenses al New York Times y a otras cuatro grandes cabeceras europeas en una operación que se anunció como una revolución periodística que cambiaría el modelo informativo en el siglo XXI. Sin embargo, no parece que haya cambiado sustancialmente nada. Tres meses estuvieron pildoreando la información de Wikileaks -de desigual interés y con pocas novedades sensibles- los peces gordos del periodismo. Después se acabó. ¿Había cambiado algo? Bueno, bueno. Había aparecido un nuevo proveedor y eso era casi todo, como cuando en el polígono aparece un amable desconocido con farlopa en el maletero del coche.

En realidad todo parte de un error conceptual y un equívoco moral. Wikileaks proporciona información, no hace periodismo. El periodismo exige, por otra parte, contextualizar y -en la medida de lo posible- contrastar toda la información, inclusive la que proporciona Wikileaks, y por su mismo origen y sus vías de distribución, la información de Wikileaks es, a menudo, escasamente contrastable, cuando no fatigosamente contextualizable. Pocos años después de sus comienzos, por lo demás, Assange, cuyo autoritarismo narcisista ahuyentó a la mayoría de su equipo de colaboradores iniciales, proyectó señales inequívocas de sus preferencias informativas: Wikileaks filtró informaciones supuestamente escandalosas sobre Hillary Clinton en la precampaña electoral de 2016, utilizadas a placer por Donald Trump y sus corifeos. Los elogios de Trump al trabajo de Assange -que recibió con agradecido silencio- no incomodaron demasiado a los progresistas que lo idolatraban como víctima de la conspiración de un Imperio que no perdona a sus enemigos. Y ese es el equívoco moral que termina en los llantos y los crujidos de dientes de ayer: la de una izquierda educada en todas las escuelas de la sospecha, pero que es incapaz de sospechar de sus héroes y de sus victimarios durante cinco fugaces minutos. No para destruirlos: simplemente para que no destruyan nuestra lucidez.

El porvenir de Assage es muy oscuro. En Estados Unidos no encontrará justicia, sino venganza. Una venganza ejemplarizante, dirigida a todos y cada uno de nosotros. Esto es lo que pasa cuando se empeñan ustedes en saber cómo se hacen las salchichas. ¿No tienen ustedes bastante con Google?