UN SERVIDOR suele recurrir en este espacio, desde hace tiempo, al buen humor. No suelo abandonar esa brújula, a lo mejor menos hoy, cuando hace tres años, por estas fechas, me llevé el batacazo que nadie quiere.

Permitan que rescate algunas palabras tras reordenar los "estantes" de mis recuerdos y colocar en su sitio las "carpetas" más preciadas. Me aferro a ese humor que hizo que mi padre soltara sonrisas en veladas deportivas, en algunas bodas rematadas con furtivos rones jamaicanos y en esas maravillosas chuletadas que disfruta toda familia canaria en nuestros montes.

Ejemplo de hierro y de humano con sus debilidades, mi padre se fue fugaz -con el tiempo admito que es mejor que la larga enfermedad-, y agarro con la furia de la ausencia inapelable lo que él inculcó con su fiereza para el trabajo diario y la mansedumbre en el flaco descanso que se otorgaba.

Las palabras habladas y escritas son lluvia horizontal ante la presencia robada: lo saben bien los que lo sufrieron. Yo intento escanciar de vez en cuando el vacío hacia alguna copa grande que me resuelva el mal y hondo trago, para el que no hay nota de cata posible.

Más que un homenaje es reconocimiento humilde a un legado que aquilató este hijo y sus hermanos, esta familia como tantas otras: integridad, honradez, sencillez, antagonismo a la ostentación.

Hoy quiero en este espacio, que en tantas ocasiones alivió la necesidad de expresión sana, retomar el buen humor. Que haga que mi sensación de vértigo termine encontrando al funambulista equilibrador para este raro sendero sin el ser querido. Alzo el dedo al cielo, como hacen los futbolistas cuando marcan: estas líneas van por ti.