ES NORMAL que todas las organizaciones políticas hayan calificado de insuficiente la nueva tregua de ETA, dada a conocer con toda intencionalidad a través de la BBC para así captar la atención internacional y presentarla al mundo como una "alternativa de paz e inicio de diálogo". El problema es que nadie, ni siquiera los partidos nacionalistas vascos con mayor representación en las instituciones (entre ellos PNV y EA) ni los estatalistas PP, PSOE o IU, está dispuesto a conceder a este anuncio la credibilidad que la banda terrorista pretende. Sólo la izquierda abertzale, atenazada y sin recursos económicos que le permitan mantener su política de terror y silencio ha valorado positivamente la declaración de los etarras; claro está, convencida de que es el único ardid disponible para volver a las instituciones democráticas y aplicar su estrategia del miedo o la amenaza, algo constatable en aquellas corporaciones locales en las que han tenido mayoría o han gobernado en los años anteriores a la Ley de Partidos, que aunque discutida, la realidad es que les cortó de raíz la fuente de financiación.

No estoy en contra de que los ciudadanos vascos exijan la independencia de su territorio, ni mucho menos, porque, en definitiva, cada pueblo tiene el derecho inalienable de sentirse parte o no de una determinada unidad administrativa. Lo que rechazo de plano es el crimen y la violencia de cualquier género. En las discrepancias y las batallas políticas no pueden existir más armas que la palabra y el argumento. Pedir la independencia o la soberanía no debe incluir un odio de tal calado que tenga en la muerte del que discrepe su última solución. De no ser así, ¿qué futuro país se edificaría? El debate y la presión política son absolutamente incompatibles con el terror y la muerte.