PREOCUPANTE. Créanme. Recientemente, en el Camino de Santiago, cuando me preguntaban de dónde éramos, yo me quedaba en babia. Me esforzaba y no lograba atinar.

La mente atrofiada, como con amnesia (escaldón más bien). "¿Peregrinos, de dónde vienen?". De Ferrol, decía (no se refería a eso). A lo mejor el acento delataba, pero servidor, como lenguado a la plancha. Olvido total.

No mejoró la cosa cuando cogí el mochilón en el aeropuerto de Los Rodeos y comencé a atisbar los paisajes. La amnesia (magnesia más bien) persistía. Me repetía: "Yo soy can...", "Yo soy can..."; "¡¡can... qué"!!".

Pero se obró el milagro -apuntaré la fecha como un hecho colosal en mi vida-. Sí. Un par de días antes del 30 de mayo vi a niños de una guardería vestiditos diferentes. Algunos lloraban porque les picaba el chaleco o porque les molestaba el sombrero. Pregunté a la señorita y me contestó muy ufana que chiquillas y chiquillos estaban vestidos de magos del campo, el traje tradicional. Sucesivamente comencé a toparme con adultos de esta guisa que me reavivaron la memoria. "Yo soy mago". "No, mago, no, tiner...", "tiner...", "tiner... ¿qué?". Ño. Que seguía con la nebulosa sobre mi identidad (¿seré de Tombuctú? Eso, tombuctueño).

Cuando mi nebulosa adoptaba ribetes preocupantes, un anuncio en la tele me rescató. Un anunció que se repetía hasta la saciedad. Tres y cuatro veces en cada corte, entre anuncios de adsl, ofertas de jamón y de adelgazantes.

"Sí". "Sí". Ño, que soy ¡canario, tinerfeño! Bendito recordatorio institucional. Voy a seguir el legado de mis abuelos, sí. Qué bueno acordarme. Lo apunto convenientemente para que no se me olvide el año que viene en el Camino.

(N.A.:espero no se haya notado la fina ironía).