HE DE RECONOCER que hace ya bastante tiempo que no presto la más mínima atención a los cónclaves que organizan los políticos, y aunque admito que hay cosas que no es posible decir sólo con las palabras, ebrio de carne ahora que han pasado las lluvias, tras esconder el silencio bajo llave y observando que la tristeza del cielo se va abriendo cada vez más como una boca de muerto, me entrego a la tentación de pedir otra vez la voz y la palabra. Y digo que quiero que se prohíba el euribor, por decreto; lanzarme en plancha y marcar el gol de la permanencia del Tenerife en Primera División; que los municipios de Tegueste, El Tanque y Vilaflor tengan, al menos, un fisco de litoral; que la demarcación de Costas se dé un baño, que falta le hace una buena agüita; que las mordidas de la sal y la espuma no borren nunca más las huellas de tus pasos en la arena; que Dios no exista para los pederastas; que los gobiernos paguen daños y perjuicios a los pobres con carácter retroactivo; que los políticos me convenzan de su honestidad, pero con pelos y señales; que alguien fiche a los corruptos y haga públicos sus nombres y apellidos; que la verdad no se pierda desconsolada y sola en los laberintos de la noche; tener la guardia y custodia de mis sueños; que se reparta la ternura a partes iguales; que el placer no dure tan sólo un instante; que el plátano no acabe convertido en una pieza de museo; que el supertelescopio se instale allá donde mejor convenga, con permiso de La Palma. También quiero que la siesta se incluya en las negociaciones de los convenios colectivos; que todos pasemos por el aro de Hacienda y que Hacienda también pase por el tubo de la inspección; que el paro se vuelva allá por donde ha venido; que el envite sea declarado deporte olímpico; que la Iglesia confiese sus pecados...