AL ESTILO DE LA lucha libre, Madrid Fusión siempre se guarda "la carta" espectacular que convulsiona el devenir de una cita gastronómica que intenta remontar el desgaste de permanecer en el candelero año tras año.

Si no, recuerden aquel "bofetón dialéctico" de Santi Santamaría a Ferrán Adriá, que criticó duramente la filosofía del considerado mejor cocinero del mundo afirmando que él defendía la comida que "se podía defecar".

Después de años dulces para la cocina y el negocio, aderezados con novedades tecnológicas servibles e inservibles - dígase aquella fotocopia comestible del americano Homaru Cantu-, los caudalosos meandros de la cumbre internacional se han ido ajustando como plastilina a lo que ha dictado la crisis como a los filamentos medioambientales y de defensa de los recursos humanos: ¡nada de atún rojo o todo lo que se menee que esté en peligro de extinción!

Pero, a lo que iba. Una estampida de periodistas y fotógrafos se agolpó para comprobar qué decía el maestro y genio de genios, que finalmente anunció la bomba: cierra El Bulli durante dos años. Algunos se rasgaban las vestiduras, pero un servidor estima que Adriá y su socio Juli Soler -y Albert Adriá, que hace unos meses de algún modo ya se había desvinculado- "telegrafiaron" sobradamente un movimiento de ficha que tuvo su concurrido tablero, cómo no, en Madrid Fusión.

No nos pongamos melodramáticos. No hace falta ser intuitivo: estaban "quemaíllos" y con ganas de cambio de ciclo. El Bulli queda así como mito contemporáneo de la gastronomía y el arte. Adriá se quita peso de encima y desarrollará con desahogo 50 ideas de las que tirar del ovillo, amén de encarguitos para "llenar la saca", que diría José Mota. Ferrán, se ve ya a toro pasado, maneja fetén sus "tempos".