Hay leyendas de esas que llaman urbanas a rabiar. Todos tenemos en la cabeza una ristra de ellas para contar reunidos con los amigos en cualquier barra, en cualquier bar. En todos los lugares. Y no sé por qué, en estos tiempos mezquinos, que dijo el escritor Juan Gelman, se me ha venido a la cabeza la que hace referencia a una de esas falsas portadas de la publicación satírica La Codorniz allá por los años sesenta y setenta. Ante los embistes de la censura, los editores del semanario habrían optado por dedicar uno de sus números a la irrelevancia, a la nada.

A la nada que suponía una primera consistente en la entrada de un túnel, decenas de páginas en negro y una última como la salida a aquel largo agujero negro que duró exactamente 38 años.

Era la forma de rebelarse, de no resignarse, ante los embates de la ley de prensa diseñada por el actual senador Manuel Fraga, que eliminó la censura previa e instaló todo un sistema represivo de multas y suspensiones. Para acabar, de otra forma, con los que aún resistían. Es tan buena esta leyenda urbana, tan ilustrativa, que sólo por eso merecería ser cierta. Porque no lo es.

Pues eso, que se vivía en esa época una España de agujero negro, de espacios chiquitos para la libertad, en la que no cabían todas las voces, en la que era necesario escribir entre líneas. Dibujar túneles. Aunque luego la anécdota fuera una simple leyenda urbana.

Pero ilustra bien lo que supone la falta de libertad, lo que pretenden las dictaduras, que siempre tienen vocación de irrelevancia. Al menos para el resto de la sociedad. Vocación de mediocridad.

Y supongo que en un día tan estupendo como el de hoy, en el que vivimos en plena democracia y en la que, en teoría, caben todas las voces, ustedes se preguntarán, con toda la lógica del mundo: ¿a qué viene un artículo dedicado a semejante tontería? ¿Para qué cuento esto o aquello en este momento? Pues en realidad para nada. Es sólo un homenaje a eso. A la nada. A la irrelevancia en estado puro. Es lo que hay.

(*) Jefe de Sección de EL DÍA