AUNQUE PAREZCA EXTRAÑO, tiene a veces la política un puntito de imprevisible que la salva del tedio más absoluto para los ácratas de vocación y anarconihilistas por formación profesional como el que suscribe. Son esas gratas sorpresas que no caben en el libro de soluciones de la aritmética electoral las que hacen que la gente pueda volver a creer en que, ante el guión establecido, de vez en cuando surge un plan B que puede ser todavía más válido que el original.

El pasado domingo, el pueblo salvadoreño protagonizó en las urnas la revolución que afortunadamente nunca consiguieron las intolerantes armas y lograron que un líder sin pasado guerrillero diera la victoria al Frente Farabundo Martí para Liberación Nacional (FMLN) y desbancara del poder a la Alianza Nacionalista Republicana (Arena) por la vía de la democracia.

Así, Funes, de nombre Mauricio, que no el memorioso del maestro Borges, se ha convertido en la imagen de la nueva izquierda latinoamericana, dialogante y desprendida de arcaicas dependencias pseudodictatoriales.

Es este hombre, diestro en el cuerpo a cuerpo por una pretérita militancia periodística, el encargado de comenzar a andar un camino dibujado hasta la saciedad en los mapas de la propaganda electoral de muchos líderes de la América de las falsas promesas, una senda selvática y virgen que guarda el alquímico secreto de transformar la anciana y decrépita esperanza en una joven vigorosa y dinámica llamada realidad.

Por esas rocambolescas vueltas de la vida, le toca a un minúsculo país iniciar el cambio que otros más grandes y más poderosos nunca pudieron o quisieron. Es el turno pues para que los guerrilleros de la palabra den ejemplo a Latinoamérica entera y destierren para siempre a los de las balas, y para que su misión se erija en paradigma o lección obligada en otras naciones de la vieja Europa que aún conviven con la intransigencia de los que siguen matando en nombre de la libertad.

*Redactor de EL DÍA