En la relación personal con Marcos Brito Gutiérrez hubo varias facetas. Primero, la de alumno, en la época de bachiller en el colegio de segunda enseñanza ''Gran Poder de Dios'', cuando enseñaba geografía e historia y cuando íbamos, junto a otros compañeros de clase, a su casa de Punta Brava a estudiar por las noches.

Luego, la de aprendiz de periodista que se acercaba a la política municipal para curtirse y donde encontramos al edil que luego, por mor de circunstancias, se convertiría en alcalde que lo fue durante la Transición, cuando la ciudad seguía creciendo turísticamente y cuando la aparición de partidos y sindicatos y el propio pluralismo democrático confirió a las relaciones un carácter diferente.

Hasta que llegó la hora de compartir afanes corporativos, después de haber seguido caminos separados, a caballo entre las respectivas profesiones y la política. Él ya tenía un recorrido (incluso había sido consejero de Cultura en el Cabildo Insular) e intentaba por tercera vez (1995) acceder a la alcaldía. Fue el año de la censura, a los veintisiete días de haber sido investido. Y fue el comienzo de una relación política tensa, tirante, complicada, recelosa, en ocasiones inexistente.

Discrepamos de su modo de hacer política que, en más de una ocasión, nos pareció inapropiada, demasiado unipersonal. llo acentuó el antagonismo, plasmado en debates institucionales y polémicas mediáticas. No podemos desdecirnos. Curiosamente, sin que mediara pacto expreso alguno, ambos dejamos fuera de esas coordenadas de rivalidad política los ángulos personales y las respectivas familias. sos principios de respeto se mantuvieron entonces y a posteriori, cuando ya abandonamos la política municipal. s de justicia consignar, asimismo, que en conversaciones con funcionarios y allegados, aludió a la honestidad personal como una de las cualidades que siempre ponderaría de uno.

Brito vivió por y para la alcaldía durante muy buena parte de su actividad política, iniciada en el régimen anterior. Se dedicó de lleno, hasta el punto que, salvo su familia, no tenía ocupaciones o aficiones alternativas. Hizo del Puerto un acto de afirmación personal. Fue el suyo, además, un compromiso que conllevó pleno desempeño y que le permitió tener una visión del municipio muy recia o muy estricta. Le gustaban los números, de modo que siempre procuró interpretar favorablemente los resultados, las operaciones y los balances para sustanciar y fortalecer su gestión que, como todas, tiene luces y sombras.

Tenía intenciones, según supimos, de anunciar el mes próximo que no se presentaría a la reelección. ra un paso muy consecuente, tal como evoluciona la política en todas las escalas. Hasta que una parada cardíaca se adelantó.