Aunque es la 1:30 horas de la madrugada del miércoles hay 29 grados. Un calor sofocante. A las puertas del Pabellón Los Hinojeros, medio centenar de vecinos de Vilaflor comienzan a tomar conciencia de que han sido evacuados y, lo que más les duele, es que han dejado su pueblo atrás. "Ahora hay más gente que antes", intentan consolar a Felipe, al que le recuerdan que "arriba" está un amplio destacamento militar.

"Esta mañana -por la del martes- llegamos a los 45 grados en Vilaflor, explica el alcalde, Manuel Fumero, que lee a Rosario, Alfredo y Juan Antonio uno de los más de cuatrocientos mensajes que ha recibido en su facebook: la hermana bethlemita Eslendi Olivero, que hasta hace poco estuvo en Vilaflor durante unos cinco años, le escribe una "epistolar digital" desde su nuevo destino: Colombia. Hasta allí ha llegado la noticia del fuego.

"Las seis religiosas de Vilaflor también fueron desalojadas y trasladas a Arona", dice el alcalde. "Ya la tarde del lunes fuimos informando casa a casa de lo que podría pasar si no aflojaba el fuego", continúa. "Nos sirvió de simulacro. De los 1.800 vecinos de Vilaflor, quedaban 900. Muchos decidieron irse a casa de familiares". Manuel Fumero asegura que en dos horas y media se evacuó todo el pueblo la tarde del martes, incluyendo la docena de encamados trasladados al hospital de Las Américas.

El ambiente de camaradería ha reinado hasta entre los políticos. "El despacho del alcalde de Vilaflor fue también el del alcalde de San Miguel", que estuvo también coordinando el desalojo. "Para instalar el centro de coordinación, que requiere cobertura, llamé al consejero socialista en el Cabildo José Luis Delgado. Además de responsable de carreteras es industrial. Él me dijo, vete a Ifonche e instálalo en un sitio determinado. Y así fue. Hemos tenido cobertura para el control por satélite".

En el grupo que está sentado en las escalinatas de la parte baja del pabellón municipal se encuentra Juan Antonio. "Soy un niño plus ultra", se ríe, después de recordar que con diez años y medio se quedó huérfano de madre. Su familia vivía en El Aiún. Su madre perdió a dos bebés, uno que iba antes de él y otro que le seguía. Se siente privilegiado de vivir. "Allí -en El Aiún- lo único que había eran tiritas", comenta con gracia a otra vecina, a la que le explica que es el mayor de cinco hermanos. "Hasta me vinieron a buscar para llevarme a dar la vuelta al mundo", comenta en relación a la campaña de Plus Ultra.

Las escalinatas se han convertido en un graderío donde unos y otros proyectan su paso por la vida. "Manolo, solo falta que hubieras traído a Pepe Benavente", le espeta Rosario al alcalde, mientras Mary, en tono suplicante, le dice: "¡Por Dios, no, que ya lo tuvimos!". El pabellón despierta el interés del propio alcalde de Vilaflor. "La pena es no tener nosotros una cosa así".

Felipe vuelve a hacer escala en este altar, uno de los tres o cuatro corros formados por vecinos. "A mí lo más que me duele es dejar nuestro pueblo atrás", se lamenta. Juan Antonio, el "niño Plus Ultra", pregunta: "¿Manolo, hasta cuándo estaremos aquí?". "Vamos a ver cómo evoluciona", dice de forma lacónica... mientras otro de los mayores dice: "Por lo menos nos dejarán subir para darle de comer a los animales"...

También en el fuego del campamento de Los Hinojeros, está Toño, el conserje del pabellón que, con una envergadura considerable, nadie diría que hizo la mili en la brigada de paracaidistas en Murcia. "Pero yo no me tiré. Ni por 16.000 pesetas que les pagaban me hubiera tirado... Yo salí libre de cupo y fui allí porque hacían falta carpinteros y me contrataron". Para cuando comienza a dar detalles de su paso por la mili, ya el alcalde de Vilaflor ha decidido poner distancia de por medio para continuar su ronda a la espera de conocer el capricho del fuego.

"Este pabellón tiene más de ocho años. El incendio anterior que afectó a Vilaflor fue en 1997, que llegó al valle El Sombrerito, y por aquella época no estaba ni en planos esto", dice Toño. "Yo estaba trabajando de colocador -de puertas y ventanas- y me llamaron para cuidar el pabellón. Tenía la opción de seguir ganándolo bien o venir aquí y conformarme con 600 euros. Al principio lo compaginaba, hasta que me quedé ya fijo aquí, y no me equivoqué, parece". "Antes la gente no quería ir a trabajar a las gasolineras porque era trabajo para inmigrantes y hoy, con la crisis, si te descuidas van y hasta te sacan los ojos para quedarse con el trabajo"...

En el interior, donde dormían diez de los cincuenta vecinos que decidieron refugiarse en el pabellón, "no porque no tuviéramos donde ir, sino porque aquí estamos más cerca de Vilaflor", explicó Rosa, hay un hombre de AEA, fiel al espíritu de aquel al que le cuelgan un chaleco y le prestan un "walkie-talkie" y se cree el "sheriff" del lugar. "A mí el alcalde me dijo que aquí no grababa nadie, y nadie graba", advirtió a unos compañeros de la televisión autonómica con ese cariño que viene dado en algunos uniformes.

Poco a poco, la noche cae y el cansancio se deja notar. En medio de la oscuridad, la nube parece haberse vuelto roja. Pero la montaña, en este caso, impide ver el fuego.