No es fácil de creer hasta que no se comprueba. En las calles, plazas o rincones de Santa Cruz duermen personas con familiares en esta isla, pero, "por dignidad", según señalan, u otras razones, no se lo quieren comunicar. Lo más llamativo es el testimonio de los que tienen hijos, aunque prefieren que ignoren su "triste situación", como es el caso de Luis, Raúl o Alfredo (nombres ficticios), historias que se detallan a continuación.

Alguno de estos hombres hace vida completamente normal durante el día y por la noche pasan a formar parte de la bolsa de indigentes de Santa Cruz, en número desconocido, porque hay dos grandes grupos de personas que han encontrado un lugar idóneo para pasar la noche sin ser detectados, refugiados entre los escombros. No quieren dar la cara y no permiten fotografías. Buscan el anonimato. Este es el motivo por el que no vamos a señalar el lugar, teniendo en cuenta que, en otras zonas de la capital donde también dormían indigentes, como la fachada de los antiguos juzgados, y ahora no lo hacen, debido a que allí se han instalado grandes focos para iluminar esa zona, a pesar de que está deshabitada.

Divorcio y a la calle.- Cada persona tiene su historia, pero tienen algo en común. En varios casos, su desgracia empezó tras el divorcio, como es el caso de Luis y Alfredo. Desean guardar máxima confidencialidad, porque no desean por nada del mundo que sus hijos se enteren de que están durmiendo en la calle. Este periódico ha podido hablar con ellos. Ambos salieron de la casa conyugal y, con más o menos años de diferencia y, por distintas razones, se encuentran en la calle. Sin desvelar datos personales, Alfredo, muy joven, de apenas 30 años, tras la ruptura matrimonial se quedó en el paro y, de forma concatenada llegaron todos los problemas. Comenta con naturalidad una historia que causa estupor. Tiene una hija de pocos años y cumple rigurosamente con el régimen de visitas, además de pasarle a la madre de la pequeña la pensión de alimentos, de 200 euros mensuales, que salen de lo que cobra del desempleo. Con dolor de corazón explica que, sin duda, "lo peor de todo es lo mal que lo paso cuando veo a mi hija". Es pequeña, "pero siempre que estoy con ella me pide ir a mi casa y se me están acabando las excusas", alega con tristeza. Está preocupado porque pronto se le acaba el paro y teme que todo empeore si no encuentra un empleo. "Pero la cosa está difícil". Confía en que las monjitas del comedor de La Noria, donde acude a realizar la comida fuerte del día y al servicio de lavandería, le puedan conseguir algo, "porque saben que soy una buena persona, responsable y con ganas de trabajar". Señala que la crisis ha hundido negocios y ha complicado mucho la búsqueda de empleo.

Al trabajo en el tranvía.- Luis, un padre con cuatro hijos, todos mayores de 20 años, cayó en desgracia "tras la repentina muerte de la compañera de mi vida". Explicó que era su segunda pareja, "de la que me enamoré perdidamente cuando estaba casado y tenía tres hijos". Perdió su empleo, a pesar de que era un trabajador fijo en una empresa en la que llevaba más de 20 años. "Me volví loco". Ahora consigue trabajos esporádicos. Después de dormir en la calle, se asea en casa de unos amigos y sube en el tranvía al trabajo.

Pago los estudios de mi hija.-

Luis tiene casa, pero se ha visto en la obligación de alquilarla para poder pagar los estudios de la hija que tuvo con su segunda pareja, que vive en la península. Ella recibe mensualmente los 500 euros que le envía su progenitor. Mientras estaba hablando con este periódico, a las 20:00 horas, con mucha educación solicitó permiso para alejarse un poco. "Todas las noches la llamo por el móvil", explicó, "casi siempre a esta hora y se preocuparía si hoy no hablamos". La mantiene ajena al problemón que padece, "porque es mejor así", insiste. "La cosa cambia cuando mi niña viene en vacaciones, porque alquilo un estudio y estamos juntos". Mientras tanto, afronta con gallardía su situación y, al final del día, "colchoneta, manta, mosquitero y a dormir". Su porte es distinguido y sigue llevando la ropa de siempre. No va de prestado. Mantiene su estilo propio. Otra persona que tampoco desea salir en las fotografías, "porque soy de aquí de toda la vida y nadie de los que me conoce sabe que duermo en la calle", es un tinerfeño que desarrolla un trabajo en una entidad social y sabe mejor que nadie lo que significa ser de los excluidos.

Cada uno en su banco.- Si algo caracteriza a los indigentes es que buscan un banco de la ciudad, siempre el mismo, que ocupan cada día a la misma hora, "como para sentirse en casa". Todo ser humano necesita su sillón para sentirse cómodo. Este periódico compartió un rato agradable con otro grupo de indigentes que acuden a dormir a la plaza de Santo Domingo, en Santa Cruz. Son seis personas que pernoctan en ese entorno, cuatro en las escaleras de la iglesia, dos en uno de los bancos de la plaza y otro entre la vegetación. Cada uno tiene su lugar en ese ámbito. No se han elegido para ser amigos, sino que han coincidido por casualidad y se consideran como de la familia. Juan, el más veterano, que ha cumplido hace tiempo los 70, lleva once años durmiendo en la calle y son los mismos que comparte noches con Miguel. Se han ido sumando Lucas, David, Pedro, Manuel y Santi (nombres ficticios). No es fácil de explicar, pero estas seis personas tienen entre ellas unos lazos más fuertes que los que mantienen con personas de su misma sangre. Por ejemplo, el pasado miércoles, mientras este periódico pasaba un rato con ellos, David no paraba de mirar el reloj. A las 21:00 horas se levantó y le pidió a Lucas que le acompañara a buscar a Juan, "porque siempre llega antes de esta hora y no estoy tranquilo". Los dos salieron en su busca y tardaron poco en llegar con "el veterano del grupo". Uno le acompañaba cogido del brazo y el otro traía al hombro la mochila de su compañero, que casi arrastraba los pies. Juan es el único del grupo que no tiene reparos en salir en la fotografía. "Vivo en la calle porque quiero", manifestó. Nació en Buenavista y toda su vida ha trabajado en las plataneras. Cuando murieron sus padres se trasladó a Tacoronte y tras la jubilación se quedó en la calle. Ni se casó ni tiene hijos. Sus únicos familiares en Tenerife son algunos primos. "Tengo una paguita que me da para vivir", dijo. Juan asegura que de vez en cuando va al Hospitalito, su centro de salud, pero señaló que no toma ninguna medicación. Sin embargo, de vez en cuando tiene una tos que pone de manifiesto que es fumador o que padece alguna otra afección pulmonar. David le dice con cariño que le ha dado un susto de muerte y le da un beso en la calva. Juan se limita a contestar que estaba cansado y se había sentado "por ahí". Miguel explica que antes tenían una televisión, "pero nos la quitó el Ayuntamiento, seguramente, porque era demasiado y porque la enchufábamos a la farola, pero no nos importa mucho porque lo que ponen en la tele es una basura y no es como la de antes, con los programas de Félix Rodríguez de la Fuente". Dice que sin tele están bien, "porque el consumismo es muy malo". Manifiesta que tiene dos hijas "en este mundo", aunque sabe poco de ellas. Del grupo de esta plaza, dos tienen teléfono móvil y MP3. ¿Cómo los recargan? "La respuesta es fácil", responden todos a una. Miguel está enterado de todas las noticias, locales, nacionales y del mundo, porque se acerca a la Biblioteca Municipal para leer los periódicos y acceder a internet. Le gusta hablar de la situación política, tanto de España como de otros países y asegura que ahora "no hay democracia, sino que es una dictadura con disfraces modernos". Está seguro de que el mal del espíritu "es no tener dinero". Por eso, él invierte 10 euros semanales en la Bono Loto, el Euro Millón, el Gordo y el 139. Todavía recuerda con gusto que hace 30 años ganó 200.000 pesetas al número 6699, "de los ciegos". Lo único malo es que ese premio coincidió con la muerte de su padre. Juega con la ilusión de ganar algún dinerillo que le permita viajar a Cuba. Es un país que le atrae "porque allí todos son pobres por igual y están felices, siempre con una sonrisa en la cara", señala.

"El albergue es una cárcel".- Varios de estos indigentes conocen el Albergue Municipal y no se lo aconsejan a nadie. "El albergue es una cárcel", afirman. Lucas hace hincapié en que ser indigente no está exento de peligros y recuerda que han sido más de uno los que han fallecido quemados a lo bonzo "por vándalos borrachos que se divierten haciendo maldades a la pobre gente". Además de estar en la calle, "hay que estar con mil ojos, incluso, durmiendo", señala.

Cáritas no me atiende.- Una de las críticas más duras se la llevó Cáritas. David acudió precisamente el miércoles a recoger ropa o el vale de alimentos, cualquiera de las dos cosas y señala que se encontró con la negativa de ambas "por ser español y no tener domicilio, mientras que a los demás de la cola, todos de origen sudamericano, sí que les entregaron lo que pedían". No todos acuden al comedor de la calle La Noria. Lucas prefiere tomar unas tapas en cualquier bar. En cambio, otros se acercan al comedor de La Noria, "que está muy bien, igual que el de La Laguna". También se mostraron agradecidos a la Policía Local de Santa Cruz, "porque son muy humanos y cuando llueve mucho traen plásticos".

"Soy poeta y escribo versos".- En Santa Cruz también figuran otros indigentes, con un perfil distinto a los anteriores. De los cuatro que intentó entrevistar este periódico, tres son extranjeros, dos de origen alemán y uno finlandés. Todos han elegido un banco para pasar el tiempo. No ha sido fácil conocer su historia. Uno de ellos, que dice llamarse Klaus, merodea por la iglesia de San Sebastián. Asegura que es poeta y que escribe versos. Además, afirma que le encanta el jazz. Habla en perfecto inglés, pero no quiere ser fotografiado. Es reacio a ser entrevistado y asegura que vive en casa de unos amigos, sin especificar dónde. En la Alameda del Duque Santa Elena se encuentra otro alemán, con el mismo nombre, que no entiende ningún otro idioma. Sin embargo, su porte externo muestra su exquisita educación. En la plaza del Príncipe nos encontramos a Carlos. Dice que nació en Arico, en La Sabinita y que tiene un hermano en Tenerife. Duerme en un rincón desde hace tanto tiempo que ni se acuerda desde cuándo. Este tinerfeño se encontraba un poco perjudicado ese día, posiblemente por el cartón de vino que se le había pegado a la mano. Un joven se acercó para entregar a esta persona un café con una galleta. "Así meriendas algo que te alimente más que el vino", le dijo con cariño y recibió el agradecimiento del mendigo, tanto de palabra, como con una sonrisa. Antes de tomar el café abrió el papel de la galleta y nos pidió que lo tirásemos a una papelera próxima. Explicó que se había criado en la antigua Casa Cuna de Santa Cruz y había acabado así.