El valor de un hombre sencillo y trabajador que acaso sólo cumplió la humilde labor de dar de comer a todo aquel que se acercaba a la popular Caseta de Madera quizás sea concebido como escaso mérito para recibir la misma distinción que alcaldes, ex presidentes de las más loables instituciones o altas personalidades de la cultura. Obviamente, quien piense así no conoce a Francisco González Poleo (25 de agosto de 1928, Santa Cruz de Tenerife), conocido por todos como Paco Poleo.

El Cabildo de Tenerife le adjudicó ayer el título de Hijo Ilustre de la Isla como colofón a una trayectoria que es máximo exponente de la verdadera hospitalidad canaria. Más de 35 años estuvo al frente de la entrañable casa de comidas La Caseta de Madera, hasta que en diciembre de 1990 el progreso decidió que no había espacio para ella en una ubicación conocida hoy como la "milla de oro" santacrucera, por su Auditorio, sus torres de Santa Cruz o su defenestrado Parque Marítimo. Desde entonces se le debía un reconocimiento a Paco Poleo, una deuda pendiente que, en parte, fue saldada ayer por el presidente insular, Ricardo Melchior, que le concedió el citado título honorífico.

Precisamente es la de Melchior la última firma que aparece en los 9 libros de visitas que coleccionó Paco Poleo y que es lo poco que persiste, aparte de recuerdos y viejas fotografías, de un lugar entrañable y que, aún estando junto a la costa, suponía el verdadero corazón de Santa Cruz. Eran otros tiempos, cuando El Cabo olía a mar y la Caseta de Madera era conocida por sus viejas y su cherne, amén del que para Paco Poleo era el verdadero secreto del éxito, aparte de la cordialidad y el buen ambiente: los mojos que elaboraba su madre, "una mujer de Garachico que sabía lo que era un verdadero mojo de cilantro".

Con tan sólo 14 años entró Paco Poleo en el Ayuntamiento de Santa Cruz para repartir por toda la ciudad los padrones municipales. Así, comenzó una carrera profesional que lo llevó a convertirse en auxiliar administrativo del consistorio capitalino hasta que reunió lo suficiente para, gracias al aval de su suegro, pagar las 40.000 pesetas que en los años 50 le pidió su propietario para hacerse con la Caseta de Madera. "En aquel tiempo era propiedad de don Juan Colón, hombre de mar y muy popular en el barrio de Los Llanos de Regla", recuerda Paco, historia viva de la ciudad de Santa Cruz.

La pequeña casa de comidas, situada en Los Llanos, era visitada por todos: hombres de Estado o vecinos de El Cabo. Ubicada a la orilla del mar, su particular entorno, cerca de la ermita de Regla y del Castillo Negro, era otro de sus encantos. "Los que pertenecemos al barrio de El Cabo, desde niño conocíamos la Caseta de Madera y de jóvenes íbamos a bañarnos a la playa de Regla, a cuyo pie estaba la Caseta, que, de hecho, se mojaba cuando había mar fuerte, salpicada por las olas", rememora un hombre trabajador y cordial de 81 años que habla con nostalgia de otros tiempos.

Si algo echa en cara Paco Poleo, es que siempre tuviera mayor reconocimiento de los de fuera, "como siempre" según apostilla, que de las propias personalidades de la Isla. Sin embargo, pocos restaurantes de España habrán contado entre sus comensales con personalidades como el pintor Antoni Tapies o el ballet ruso al completo.

Muchos dirigentes políticos, que tanto visitaran aquella entrañable barra de madera realizada con los restos de una chalana, deberían replantearse por qué la Caseta de Madera forma hoy sólo parte del recuerdo y continúa sin la nueva ubicación prometida hace ya casi veinte años.