HA DADO pie a un amplio debate nuestro comentario del jueves, publicado el mismo día ?lo recordamos a efectos de centrar la memoria de los lectores? que una carta de nuestro colaborador José María Segovia sobre la aparición de un mapa donde a la tercera isla se la denomina Gran Canaria y no Canaria, que es su verdadero nombre. Dimos sobradas explicaciones sobre el hecho de que en algún mapa antiguo aparece el gran como indicativo de grande en extensión, pues entonces, aún inexplorada Tenerife, los cartógrafos y geógrafos desconocían que era esta última, y no Canaria, la mayor de las islas. Con el paso del tiempo, algunos historiadores, entre ellos Abreu y Galindo y Viera y Clavijo, cometieron el error de considerar que el "gran" formaba parte de un nombre propio, y lo escribieron con mayúscula como si ese fuese realmente el topónimo de la isla amarilla. Grave error que los dirigentes canariones perpetuaron a su conveniencia, pues favorecía sus pretensiones de que la tercera isla apareciera siempre como la primera.

POR nuestra parte, nunca dejaremos de denunciar esta mentira. Persistiremos hasta que desaparezca de todos los mapas, antiguos, actuales y futuros, una denominación que no le corresponde a Canaria y que, por si fuera poco, es el principal elemento que contribuye a desunir el Archipiélago. Ya que hablamos de mapas, junto a estas líneas incluimos otro suficientemente elocuente sobre la superchería canariona. ¿Dónde está el gran? Aquí sólo hay una gran mentira. Una falacia que se perpetúa mediante textos históricos que, lo repetimos, son erróneos, pues se basan en confusiones. Aunque, como decía Manrique en las coplas a la muerte de su padre, "Dejemos a los troyanos, que sus males no los vimos, ni sus glorias; dejemos a los romanos, aunque oímos y leímos sus historias". Es decir, olvidemos por un momento el pasado y centrémonos en tiempos más recientes. ¿Cuántas veces hemos oído hablar de "el canario" como sobrenombre, o gentilicio al uso, de alguien que vive o vivía en Canaria? Juan el canario, Manuela la canaria, doña Lola la canaria eran expresiones utilizadas corrientemente para designar en Tenerife , o en Fuerteventura, a personas que vivían aquí o allí pero procedían de la tercera isla. Con frecuencia esas denominaciones también aparecían en las esquelas. Las pruebas son tan evidentes, que hasta un ciego podría verlas. Ahora bien, sabido es que no hay mayor ciego que el que no quiere ver.

EL injustificable gran de Canaria es un obstáculo para que las Islas avancen hacia su soberanía. Un proceso que requiere la unidad de todos, y que resulta difícil de conseguir mientras una isla y su desangelada capital pretendan imponerse a las demás. Sin embargo, mientras el gran desaparece ?que desaparecerá?, nos sirve de aliciente comprobar cómo los canarios van perdiendo el miedo a expresar libremente sus ansias de libertad; sus deseos de ser ellos mismos. Es decir, de ser canarios en el mundo, y no españoles de tercera o cuarta. Uno de ellos es Juan Jesús Ayala, presidente del PNC en Tenerife. Aunque sigue un poco indeterminado, cada vez se define con más claridad.

COINCIDIMOS con lo expuesto por este auténtico nacionalista en su artículo del pasado jueves: "Cansados estamos de seguir, erre que erre, con esta matraquilla, cansados, seguro, unos y otros. Los de aquí en la búsqueda de lo nuestro, de nuestra identificación como pueblo, y los de allá, empeñados en todo lo contrario, en favorecer los poderes fácticos, y a veces no tanto, para dificultar, para entorpecer y contravenir voluntades. Cansados estamos unos y otros de machacar sobre lo mismo, sobre el destino de los pueblos, en hacerles ver a otros que la historia de los pueblos, la nuestra, la canaria, no es inamovible ni está concluida. Nunca lo ha sido. Ni cuando llegaron los otros ni cuando se politizó el territorio con componendas y mandatos que no se entendían y que se introdujeron en la conciencia de la gente con trabucados mensajes, año tras año, montándose un escenario de confusión y de majaderías. Pero en el fondo lo que subyace es el dominio, es el paternalismo, por un lado, y el deseo de un nuevo encuentro, de una nueva toma de decisiones que habrá que hacer desde una mayoría que nos defina como un pueblo que sabe lo que quiere. Entretanto, hay que alimentar, al menos en el imaginario, para que la lechuza de Minerva siga revoloteando en el entorno de nuestro espacio".

LO dicho, un tanto críptico al final, pero en general con verdades como puños. Es el momento de pasar de las palabras a los hechos. Desde aquí le decimos a Juan Jesús Ayala que ya quedó atrás el tiempo de las teorías y las tibiezas. Hay que exponerle a Zapatero que Canarias desea su soberanía sin más dilaciones. Por otra parte, debemos vigilar a Juan Fernando "Guanarteme" López Aguilar para que no lleve a la Unión Europea el mensaje de que estas Islas constituyen una de las diecisiete comunidades autónomas españolas, porque en realidad somos una colonia. El "Guantánamo" de España, como queda patente en un magnífico artículo de Fernando Gracia que incluimos en nuestra edición de hoy, y cuya lectura recomendamos.

CIERTO que Canarias sigue plagada de gente que siente miedo. Muchos isleños continúan atemorizados porque piensan que la democracia es una continuación de la dictadura franquista, o un remedo de la establecida en su día por Primo de Rivera, bajo cuya autoridad absoluta se consumó la infame división provincial de Canarias. Por otra parte, muchos de nuestros jóvenes también tienen miedo a ser canarios en el mundo. La juventud es un tanto "pasota" y acomodaticia. Prefiere un empleo como funcionario que buscar trabajo en el sector privado. Actitud hasta cierto punto comprensible, considerando que la situación colonial del Archipiélago cercena las expectativas de una vida mejor. A esos jóvenes desencantados les decimos que las riquezas de Canarias, tanto las actuales como las que están por descubrir, son inmensas. Como nación soberana, como país libre, las posibilidades de empleo bien remunerado serían muchísimo mayores. Hoy, sometidos al yugo español, escasean los puestos de trabajo de calidad porque la Hacienda metropolitana saquea nuestros recursos en beneficio de los peninsulares. Por añadidura, son los foráneos, casi siempre llegados de la Metrópoli, quienes copan los mejores empleos. ¿Por qué ha de ser?, nos preguntamos una vez más. Si ese trabajo se genera en Canarias, debe ser para los canarios. Cabo Verde, un archipiélago menor en extensión y población al nuestro, es un país libre que administra sus riquezas. ¿Por qué no nosotros? Ellos poseen la dignidad de ser ciudadanos de su propia nación ?a nosotros nos aplasta la vergüenza de que se nos considere españoles por el hecho de que Canarias sea una colonia de España? y explota en los medios de comunicación su estratégica posición entre tres continentes, igual que Canarias. Pero Cabo Verde es una nación, un país soberano y sus habitantes son caboverdianos y no portugueses. No podemos olvidar que Marruecos acecha. Sólo como nación soberana podemos evitar que nos anexione en su deseo de constituir el Gran Magreb. Los reactivados movimientos de unidad africana ?ya está en marcha la creación de los Estados Unidos de África? suponen una amenaza añadida. ¿Cuándo alcanzaremos el estatus de país libre? Lo apuntaba el martes pasado Aurelio González en un artículo titulado "Nacionalismo y antinacionalismo", publicado en otro periódico: "Si algún día Canarias llegara a abrazar los deseos de independencia será porque España la ha obligado, porque a los canarios se les llenó la cachimba de la paciencia. En definitiva, ser antinacionalista no tiene fundamento ideológico ni razón política, en Canarias ni en ningún otro sitio. Sí lo tiene, en cambio, no ser nacionalista, o apostar por la independencia pacíficamente. Y aunque a algunos les cueste entenderlo, se puede ser nacionalista canario y al mismo tiempo sentirse conservador o progresista. Ambas condiciones surgen del corazón y de la cabeza".

HEMOS dejado para el final nuestras consideraciones sobre el artículo publicado hace unos días, en un diario canarión, por un periodista filosocialista, aficionado a dibujar cerebros dentro de una probeta. Quizá, como señalaba Ricardo Peytaví recientemente en uno de sus artículos, a lo mejor le ha cogido gusto al autorretrato, aunque no de su cabeza sino de lo poco que tiene dentro. En cualquier caso, se trata de un individuo irrespetuoso, al que hemos denunciado por injurias contra el editor de EL DÍA. En su desfachatez, nos llama mesiánicos, fanáticos e intransigentes, a la vez que nos culpa de la división de Canarias, incluida la de la Universidad de La Laguna. Un cinismo digno de las enciclopedias; ni Diógenes llegó a tanto. Y esto lo dice quien escribe en un periódico fundado allá por 1911 con el fin de conseguir una provincia formada sólo por tres islas, con capital en Las Palmas. Esa era la primera etapa. La segunda consistía en hundir a Tenerife, despojándola de todas sus instituciones, para engordar a Canaria y a su capital. La tercera fase supondría volver a reunificar las islas en una sola provincia, aunque con capital en la ciudad de la eterna panza de burro. Para desesperación de este periodista que va a todas partes con el carnet del PSOE en la boca, existe un bastión de Tenerife llamado EL DÍA que no le permitirá ni a él, ni a ninguno de sus secuaces, salirse con la suya. Esa es la razón de su espumosa y babeante ira.