La Villa de Candelaria acogió en la mañana de ayer uno de los actos más sencillos y entrañables de las Fiestas de Agosto en honor de la Patrona de Canarias: su octava. Se trata de una ceremonia religiosa, "de doce", como las de toda la vida, con procesión incluida. Eso sí, no como la del día 14, hasta El Pozo, sino alrededor de la plaza de la Basílica. Casi para la gente del pueblo, en un remanso de paz después de los días intensos de peregrinos que convirtieron el tramo comprendido entre el colegio de Punta Larga y la plaza de los Pescadores en una calle del Castillo, con un reguero de gente que no se dio tregua desde el día 13.

Ayer, después del concierto de Los Sabandeños de la noche del sábado -que supuso la reconciliación del grupo con la Villa (tras años de ausencia por la negativa a pagar el caché exigido)- la Candelaria profunda se echó a la calle para rendir su particular culto a la Morenita. Y es que el vecino sabe que ella siempre está -salvo las salidas cada siete años que instauró monseñor Felipe Fernández- aunque no frecuenten tanto el templo. Al mediodía, corre corre, llegó el alcalde tarde a la misa, con chaqueta en mano, pero tenía el sitio en primera fila reservado junto a la Corporación. Por si no se habían enterado de las lecturas de la misa del día 15, el rector provisional de la Basílica las repitió, aderezadas esta vez con ese canto que sale de las entrañas: la misa canaria por la agrupación folclórica San Benito. Al término, vuelta a la plaza y rueda de fuegos desde el risco de Santa Ana, que miró ayer, otra vez, al padre Mendoza, siempre presente.