La geógrafa y activista feminista María Rodó de Zárate investiga en la Universitat Oberta de Catalunya (UOC) la relación entre desigualdad y espacios públicos y las exclusiones que sufren en las ciudades las mujeres y otros colectivos. De esos asuntos habló, invitada por Unidas Sí Podemos, el pasado jueves en La Orotava.

¿Los hombres y las mujeres usamos la ciudad y nos relacionamos con ella de manera diferente?

Sí. Como tradicionalmente se nos han asignado roles distintos a hombres y mujeres, también la ciudad la usamos de forma distinta. Por las actividades que acostumbramos a desarrollar, hacemos otros usos. Desde el punto de vista de la movilidad, por ejemplo, los hombres suelen mantener unos desplazamientos más pendulares: van de casa al trabajo y del trabajo a casa. Las mujeres, por la carga que tienen de trabajo doméstico y de cuidados, suelen hacer desplazamientos de zigzag: salen de casa, llevan al niño a la escuela, luego van al trabajo, de vuelta pasan a recoger la ropa a la tintorería o a comprar, van a buscar al niño... Con la movilidad ese uso distinto de la ciudad es muy claro.

¿El diseño de las ciudades, el urbanismo, la organización de los servicios públicos tienen en cuenta estas diferencias?

No las suelen tener mucho en cuenta. Sí es verdad que en muchas ciudades ha empezado a haber cambios, pero tradicionalmente no ha sido así, también porque, pensando en la economía, la ciudad se suele abordar desde un punto de vista muy androcéntrico, y no se tiene en cuenta que también debe ser una ciudad cuidadora, que permita que se desarrolle este tipo de tareas y actividades en un espacio público más acogedor para los niños y niñas, las personas que los cuidan, para las personas mayores? No suele tenerse en cuenta ni en los planes de movilidad, ni en los planes urbanísticos, ni en el diseño de los espacios públicos.

¿Pueden incluso las ciudades ser hostiles hacia las mujeres? Si es así, ¿cómo les afecta?

Poner obstáculos a los cuidados provoca que tengan que darse mayoritariamente en el espacio doméstico y privado, cuando se podrían desarrollar en espacios públicos, comunitarios o compartidos. Así se acaban privatizando. También hay otras cuestiones, como la inseguridad. Se piensa mucho sobre seguridad en las ciudades, pero no se tiene en cuenta a qué tienen miedo las mujeres o respecto a qué se sienten inseguras. Ahora, con el caso de Laura Luelmo, ha vuelto a surgir la cuestión del miedo en los espacios públicos y las agresiones que sufren las mujeres en ellos y cómo eso los convierte en espacios hostiles y hace que las mujeres no tengamos el mismo derecho a la ciudad que los hombres. Tenemos que ir de otra forma, ese miedo condiciona nuestras actividades, nuestros desplazamientos, nuestros horarios, la gente con la que vamos, nuestra vida; todo por ese miedo a la violencia.

¿Que las ciudades hayan sido diseñadas sobre todo por hombres agrava esas situaciones?

Porque han sido diseñadas por hombres, pero también desde esa perspectiva masculina. No se trata solo de que sean hombres. Otra perspectiva se podría incorporar de diferentes formas, no solo a través de mujeres, lo que sería necesario por una cuestión de democracia. El problema es que hay una visión masculina. No existen investigaciones que nos den datos sobre cuáles son los problemas y cómo afrontarlos. Es un problema estructural.

¿Cómo puede cambiarse esa realidad?

Con la participación de otros actores, como las mujeres, no solo como elaboradoras de políticas públicas, sino también como ciudadanas, mostrando sus experiencias y su conocimiento. Las cosas que hacen las mujeres en el espacio público urbano, que tienen que ver con pisar la calle constantemente, esa cotidianidad de ir a comprar, de relacionarse con la gente, genera un conocimiento muy importante. También el miedo hace que conozcas muy bien el entorno, dónde está cada calle, dónde hay un punto oscuro, por dónde no pasarías? Sería muy positivo que ese conocimiento se pudiera aportar, pero también diversificarlo hacia otros lugares, con gentes de diferentes edades y orígenes que hiciera usos distintos de las ciudades. Con la participación de esas voces más diversas en las políticas públicas se podría mejorar en muchos aspectos.

¿Hay experiencias que pueden servir de guía?

Hay experiencias concretas en algunos ámbitos. En Barcelona se han diseñado algunas cuestiones con la implicación de colectivos, como el Col·lectiu Punt 6, que trabaja con las mujeres directamente, recogiendo sus experiencias, y con muchos municipios.

¿Los planes de ordenación deberían incorporar un informe sobre perspectiva de género?

Algunos los incorporan, pero todos deberían hacerlo. Solo se piensa en la seguridad en determinados términos. Más policía no es algo que dé más seguridad a las mujeres. Con los usos, lo mismo: cómo se construye, cómo se idea y diseña un espacio público que tenga en cuenta esas cuestiones. Por ejemplo, con la iluminación, que parece que no tiene que ver con el género, pero sí. Poner luz en un punto u otro puede dejar un espacio ciego, y eso es problemático. La perspectiva de género es incorporar otro tipo de experiencias de la ciudad que no sean esa que se vende como neutra pero que no lo es: es la experiencia de un hombre adulto blanco en edad productiva. Esa perspectiva es la que predomina en las ciudades.

¿Hay otros colectivos excluidos o postergados en el diseño de nuestras ciudades?

La infancia, por ejemplo. Los niños y niñas tienen parques, pero son zonas muy delimitadas, además generalmente valladas. Deberían poder hacer un uso del espacio más cómodo, dentro de la seguridad. Que los jóvenes ocupen espacios por las noches genera conflictos. Pero si ocupan espacios por la noche seguramente es porque durante el día no los pueden ocupar. También está excluida en gran parte la gente mayor, por su movilidad, por su velocidad, no pueden moverse de forma libre, segura y cómoda por la ciudad.

Canarias recibió 16 millones de turistas en 2017. ¿Cómo influye en el modo de vivir la ciudad la convivencia con este colectivo?

El turismo no es un problema en sí, el problema es cuando está masificado. Entonces acaba influyendo muchísimo en la vida cotidiana de las personas. El uso que hace del espacio y sus necesidades son muchas veces contradictorios con la cotidianidad o con el trabajo de cuidados. Los turistas necesitan un tipo de comercio muy distinto del que demanda la gente que vive allí, al igual que los horarios. Incluso la forma en que caminan por las calles: a veces tienes que ir rápido para llevar al niño al colegio, pero un turista va en grupo, camina lento, se para, mira hacia arriba? Eso, que parece una tontería, muchas veces dificulta el uso de la ciudad, esa vida cotidiana. Hablo del turista dentro de la ciudad, no del que está en otras zonas. Gestionar eso es un reto importante.

Parece complejo.

Hay muchos intereses económicos detrás, no solo en el uso del espacio público, sino en materia de vivienda. Hemos visto cómo el caso de las viviendas turísticas influye directamente en la cotidianidad, aparte de en el aumento de los precios del alquiler.

¿Hay que enseñar a mirar las ciudades?

Hay que enseñar a mirarlas y también a reflexionar sobre el uso que se hace de ellas. Hay mucho conocimiento que ya tenemos, pero no lo desarrollamos. Hay otros usos de la ciudad. Tenemos compartirlos, hacerlos visibles y desarrollar alternativas basándonos en ellos.