Las escuelas del futuro serán innovadoras, pero no porque tendrán más tablets o impresoras 3D, sino porque habrán sido capaces de asumir que el cambio de paradigma que ha sufrido el mundo con el acceso global a la información implica también un cambio de roles. Los docentes no impartirán conocimiento, sino que ayudarán a conseguirlo, y los niños y adolescentes sabrán que para ello hay que trabajar en equipo.

Sofía Coca, impulsora del festival educativo Zemos98 y participante en el fi2 -el mayor foro de innovación de Canarias, promovido por el Cabildo de Tenerife a través del área Tenerife 2030 y el Parque Científico y Tecnológico (PCTT)-, charló con este periódico sobre los cambios de modelos educativos que ya están experimentando algunos centros.

Se habla mucho de aprendizaje colaborativo, de aula invertida... Los nuevos conceptos educativos insisten en la necesidad de trabajar en equipo. Pero, ¿cómo cuaja eso con las virtudes que requieren las empresas hoy, que suelen premiar más la competitividad?

Creo que el principal problema de la escuela es que son espacios de consumo, son lugares donde se prima la competitividad, la individualidad. Hoy, en lugar de hacer escuela se consume escuela. Por mucho que encontremos comunidades de profesorado que quieren asumir ciertos retos o romper la lógica de los roles tradicionales de profesor-alumno, cuando eso pasa por la inquietud personal de un individuo, el proceso transformador no se lleva a cabo. No hay una relación ni un diálogo entre esas otras formas de hacer escuela posibles y esas otras formas de producción social. Ese conflicto es muy complicado de resolver. A veces pasa por eso, porque haya gente que se autoorganiza, ya no solo para aprender, sino para trabajar. Así y todo, no solo tenemos la empresa clásica. Se están llevando a cabo otras formas de hacer más cooperativistas, más colaborativas, que viven en conflicto con ese otro escenario, pero que también tienen su sentido y sobreviven.

¿Hay alguna comunidad que esté apostando por nuevos métodos educativos de forma generalizada?

Por lo que me cuentan, parece que en Barcelona se están poniendo en marcha procesos interesantes. Allí hay una tradición mayor de escuelas públicas que plantean otros modelos educativos que no son los tradicionales. Eso hasta ahora ha estado en la periferia de la ciudad. Esos coles que tenían poca demanda se atrevían a innovar porque nadie los miraba, nadie estaba pendiente, y ahora eso se está convirtiendo en un reclamo de cierta clase media del centro de Barcelona, que está viendo que esa otra manera de hacer escuela es posible. Pero la escuela tiene que vivir en torno al barrio, al territorio, y para eso tiene que existir un diálogo. No puede ser simplemente una seta que plantes en una calle concreta, sino que tiene que ser construida en comunidad. Muchas veces acceder a otros tipos de sistemas educativos es un privilegio, porque la escuela pública no los implementa, por falta de recursos muchas veces... y al final eso se convierte en formación privada elitista.

¿Qué tienen que hacer las administraciones para incentivar al profesorado?

Creo que las administraciones públicas han malentendido en ocasiones lo que significaba la innovación educativa en el aula y se han llevado a cabo iniciativas erróneas...

¿Un ordenador, un alumno?

Sí, como un ordenador un alumno o el tema de las pizarras digitales. Han entendido que la innovación es tecnología o que la tecnología en sí misma es transformadora. No hay proceso transformador sin una actitud crítica. La tecnología es una herramienta más, pero si no se hace una lectura crítica de esos medios no sirve para nada. La innovación es casi una cuestión actitudinal y ética. No pasa tanto por tener muchos recursos a tu alcance, sino por arriesgar y empezar por dinámicas tan básicas como decir, "pues no hago examen o no uso el libro de texto".

¿Cómo influye la baja participación de los padres en que las escuelas sean más o menos innovadoras?

La escuela debería ser un lugar de puertas abiertas al barrio, no solo para los padres y las madres, sino para las asociaciones, las empresas... Por eso decía que al final se trata de entender la escuela como un espacio donde se va a consumir una información o un conocimiento, y no donde se va realmente a habitar, a hacer un espacio de comunidad.

Un sector del profesorado reclama que el docente sea autoridad pública. ¿Cómo encaja esa demanda con esa forma de entender la escuela?

Hay un problema de paradigma que hemos sufrido con la llegada de internet, de nuevas tecnologías, y, en general, de la propia noción de experto y de cómo al final romper los límites de quién ostenta el conocimiento supone, como en muchas esferas de la vida, renunciar a ciertos privilegios. Yo creo que hay una parte de la sociedad que ha entendido eso como una potencia para poder generar espacios más democráticos, más saludables, y hay otra parte que lo ha entendido como una pérdida de su reconocimiento social. Y es cierto, también, que hay sectores que se prestan más a eso que otros. Nadie le quita la autoridad a un cirujano, pero sí se la quita a un maestro. Yo creo que el problema es de la propia noción de autoridad, de confundir la autoridad con autoritarismo, y de no entenderla como un proceso de mediación entre todas las aristas que conforman esa comunidad que son los niños, los padres, el barrio en todo su conjunto.

¿Los profesores, y los jefes de cualquier empresa, deberían transformarse en facilitadores?

Sí, yo creo que el docente de ahora ya no está tan obligado a responder a las preguntas que se le hagan como lo está a facilitar que los chicos se hagan preguntas. No están obligados a dar una respuesta, sino a ser facilitadores de conocimiento. Tener más capacidad de escucha, tener más capacidad de entender que una disciplina está relacionada siempre con otras disciplinas de la vida, que los conocimientos no son estancos, igual que la vida no es estanca, ese es el reto. Tú no vives simplemente de puertas para adentro de tu casa, sino que estás todo el rato viviendo en comunidad. Eso debería reflejarse también en la escuela.