Hay mil maneras de escribir. Se puede escribir en frases cortas y de manera concisa, que terminen en punto. O enrollarse hasta el infinito dando explicaciones muchas veces innecesarias sobre cosas que, en muchas ocasiones separadas por comas, acaban diciendo lo mismo que otros dijeron o, mismamente, tú dijiste en otras ocasiones, a veces incluso en la frase anterior. Se puede escribir con palabras fáciles, mundanas, o utilizar vocablos de procedencia más recóndita, con menor raedura. Se puede, también, escribir de manera correcta o hincorrecta.

Pero, lo único seguro en cuanto a formas de escribir, es que no se puede escribir bien o mal. O al menos, cabe decir que éste es un tema subjetivo. Porque quien decide si un texto está mal o bien escrito no va a ser otro que el lector, que juzgará al texto en base a lo que él espera de él, en base a sus gustos, fobias e intereses.

Y es por eso que en el mundo del márketing, de los medios informativos y la comunicación por Internet, la parte más básica de saber escribir es la de conocer a aquellos a los que estás escribiendo. Y es que una buena técnica de redacción en Internet, el dar con la tecla que active el modo ''gustar'' en el público, es lo que va a multiplicar tus visitas, likes, retweets, o lo que sea de forma exponencial.

Lo de adaptarse al público es una cuestión muy importante, y cada vez lo es más, ya que nunca sabes, aunque escribas desde tu casa en Malasaña, si igual tus principales lectores son del Chubut, en la Patagonia Argentina. Un ejemplo de adaptación del lenguaje al público, obviando totalmente el contexto y los supuestos que uno tiene que cumplir por escribir en nombre de alguien con mayor renombre, fue el del community manager de Renfe, cuando contestó en koruño (un pseudodialecto, si es que dicha palabra existe, nacido en la ciudad de A Coruña y que mezcla gallego, español y caló) a los requerimientos de un cliente a través de Twitter en la susodicha lengua.

Un triunfo de la espontaneidad y, todo hay que decirlo, un caso bastante especial, pero que a la vez sirve para representar eso de escribir adaptándose al público. Porque, obviamente, el community manager de la compañía pública de trenes no estaría realizando un buen trabajo en ese sentido si, por ejemplo, contestase con ese “Buah, neno, no te chines...” a una pregunta seria procedente de, por ejemplo, Valencia.

Porque, y ésta es una opinión bastante extendida, el adaptarse al medio es una virtud mucho mayor que la de la extrema seriedad que utilizan muchas firmas y compañías a la hora de comunicarse. Un tono que, en muchas ocasiones, se parece más al de un jornal del siglo XIX en la ya de por sí vetusta Valladolid, que a una persona que viva en este siglo, sea cual sea.

Y eso no lo dice solo el que escribe este artículo, sino que hasta el mismísimo presidente de la Real Academia Española, acepta las nuevas formas de escribir nacidas con la llegada de Internet. Sí, habéis leído bien, la famosa RAE, pese a ser una organización que se suele asociar al tradicionalismo.

Pues bien, éstas fueron las palabras de José Manuel Blecua en 2012, por aquel entonces presidente de la real institución de la lengua española: “Nunca se había escrito tanto como ahora y, más relevante quizá, nunca se había publicado tanto como ahora. Nos preguntan con frecuencia a los académicos si esta proliferación de textos, unida a sus códigos y estilos particulares, estropea o deteriora la lengua. Solemos contestar que no (...) Tampoco hay que inquietarse por las abreviaturas: los manuscritos medievales están llenos de ellas y la lengua ha sobrevivido sin sobresaltos desde entonces”.

Pues eso, más claro imposible. Los nuevos tiempos, gracias a Dios o a quien sea, nos han permitido liberarnos de cualquier corsé a la hora de escribir, y ya hay menos problemas en comunicarnos como nos parece a nosotros, desde nuestra subjetividad, lo más correcto. A mí, no me podría parecer más acertado, o, mejor dicho, me cundo mazo.