La decisión de la Organización Mundial de la Salud (OMS) de autorizar un insecticida vetado desde los 70 como recurso último para combatir la malaria en los países pobres ha tenido un precio para la salud, especialmente de los niños, y un grupo de investigadores españoles ha desvelado cuál es.

El ingeniero químico Joan Grimalt es uno de los investigadores españoles que mejor conoce y explica cómo afectan compuestos químicos, como los pesticidas, a la salud y el medio ambiente, entre ellos el DDT (Dicloro Difenil Tricloroetano).

Cáncer, estrés, afecciones a la fertilidad, influencia en la diabetes son solo algunas de las probadas afecciones a la salud que llevaron al veto de ese insecticida, que, 40 años después, sigue dejando rastro en nuestra sangre, campos, ríos o mares, y que está presente de alguna manera en gran parte de lo que ingerimos.

Sin embargo, algunos de sus sustitutos, los pesticidas piretroides y carbamatos, a parte de más caros, se demostraron "menos eficaces" para combatir algunas cepas del mosquito "anopheles", que transmite la malaria, una enfermedad que mata a casi un millón de personas al año, en su mayoría niños.

En 2005 la OMS decidió autorizar el DDT para luchar contra esa enfermedad como recurso último en los países pobres, ya que "no sólo mata al mosquito, sino que además lo repele".

Un año después las cabañas de una de las poblaciones con mayor índice de malaria del mundo, Manhiça, a 50 kilómetros de la capital de Mozambique, se empezaron a rociar con DDT mientras en unas modestas instalaciones situadas junto a ellas, un brillante investigador español, Pedro Alonso, buscaba incansablemente una vacuna contra la enfermedad.

"El resultado es un incremento importante de los niveles de DDT y DDE -su metabolito- en los bebés, que ocurre en la etapa intrauterina, es decir, las madres se exponen y se lo pasan al feto".

Partiendo de que la exposición en la etapa intrauterina determina lo que a un niño le va a pasar entre el nacimiento y los cuatro años, los investigadores detectan que una mayor concentración de DDT durante ese periodo influye, sobre todo, en retrasos en el desarrollo cognitivo, tendencia a la obesidad, a la hipertensión y a padecer asma.

Aún así, Joan Grimalt no cuestiona el uso del DDT para luchar contra la malaria, aunque sí manifiesta que "sus efectos no se pueden ni ignorar ni dejar de estudiar".