Millones de colillas de cigarros se esparcen por las aceras o, peor aún, por parques y playas. Esos escuetos filtros, de apariencia inocua, son un residuo contaminante porque están formados de acetato de celulosa, derivados del petróleo, no biodegradables, y pueden tardar años en descomponerse. Sus efectos han sido estudiados principalmente sobre la salud humana, sin embargo, no es menos perjudicial para el medio ambiente, porque también las colillas contienen toxinas peligrosas, después de haber sido utilizadas.

La mayoría de los filtros están hechos de un plástico, acetato de celulosa. Las fibras elaboradas de este plástico son más delgadas que el hilo y se aprietan firmemente para formar el filtro que a menudo parece algodón.

Según la investigadora del Instituto Nacional de Toxicología de Madrid, Carmen Larrocha "se ha demostrado que, en caso de su ingestión, los filtros por si solos no son tóxicos para la salud humana".

La producción de un filtro de cigarrillo tarda meses, requiere mucha mano de obra, aunque en cinco minutos se fuma el cigarro y se tira la colilla. Pero su carga de residuos permanece durante muchos años en el agua y genera alfombras de deshechos en los océanos del mundo.