LA FIESTA del Corpus empezó hace siglos en Bélgica. El Papa de entonces, Urbano IV (1195-1264), amante de la Eucaristía, publicó la bula "Transiturus de hoc mundo", el 8 de septiembre de 1264, en la cual, después de haber ensalzado el amor de nuestro Salvador expresado en la Santa Eucaristía, ordenó que se celebrara la solemnidad de "Corpus Christi" en el día jueves después del domingo de la Santísima Trinidad, al mismo tiempo otorgando muchas indulgencias a todos los fieles que asistieran a la santa misa y al oficio. Este oficio, compuesto por el doctor angélico Santo Tomás de Aquino, por petición del Papa, es uno de los más hermosos en el Breviario Romano y ha sido admirado incluso por los protestantes. Se dice que Dios utilizó a santa Juliana de Mont Cornillon para propiciar esta fiesta. La santa nace en Retines, cerca de Liège (Bélgica), en 1193. Quedó huérfana muy pequeña y fue educada por las monjas Agustinas en Mont Cornillon. Cuando creció, hizo su profesión religiosa y más tarde fue superiora de su comunidad. Por diferentes intrigas tuvo que irse del convento.

Murió el 5 de abril de 1258, en la casa de las monjas Cistercienses en Fosses, y fue enterrada en Villiers. Juliana, desde joven, tuvo una gran veneración al Santísimo Sacramento. Y siempre añoraba que se tuviera una fiesta especial en su honor. Este deseo se dice haberse intensificado por una visión que ella tuvo de la Iglesia bajo la apariencia de Luna llena con una mancha negra, que significaba la ausencia de esta solemnidad.

Ella le hizo conocer sus ideas a Roberto de Thorete, el entonces obispo de Liège, también al docto Dominico Hugh; más tarde cardenal legado de los Países Bajos; a Jacques Pantaleon, en ese tiempo archidiácono de Liège, después obispo de Verdun, Patriarca de Jerusalén, y finalmente al Papa Urbano IV. El obispo Roberto se impresionó favorablemente, y como en ese tiempo los obispos tenían el derecho de ordenar fiestas para sus diócesis invocó un sínodo en 1246 y ordenó que la celebración se tuviera el año entrante; también el Papa ordenó que un monje de nombre Juan debía escribir el oficio para esa ocasión. El decreto está preservado en Binterim (Denkwürdigkeiten, V.I. 276), junto con algunas partes del oficio.

El obispo Roberto no vivió para ver la realización de su orden, ya que murió el 16 de octubre de 1246, pero la fiesta se celebró por primera vez por los cánones de San Martín en Liège. Jacques Pantaleon llegó a ser Papa el 29 de agosto de 1261. La ermitaña Eva, con quien Juliana había pasado un tiempo y quien también era ferviente adoradora de la Santa Eucaristía, le insistió a Enrique de Guelders, obispo de Liège, que pidiera al Papa que extendiera la celebración al mundo cristiano entero.

La muerte del Papa Urbano IV (el 2 de octubre de 1264), un poco después de la publicación del decreto, obstaculizó que se difundiera la fiesta. Ésta fue aceptada en Cologne en 1306. El Papa Clemente V tomó el asunto en sus manos, y en el concilio general de Viena (1311) ordenó una vez más la adopción de esta fiesta. Publicó un nuevo decreto incorporando el de Urbano IV. Juan XXII, sucesor de Clemente V, instó su observancia en el mundo cristiano.

La procesión de la Custodia por las calles engalanadas con alfombras de flores, como aquí en Canarias, testimonia realmente el amor del pueblo cristiano al Cristo Eucarístico. La fiesta nació desde el fervor popular y se ha extendido por todas las islas. Mazo, en la isla de La Palma, siente el Corpus con fervor. Jesús está más alegre en el trono de nuestro corazón que una Custodia espléndida. La solemnidad del Corpus Christi en Canarias es un acto público tributado a Cristo, presente en la Hostia consagrada. El Corpus tiene que ser más alimento para los creyentes que otra cosa. Hoy, en esta fiesta, se nos pide que seamos todos los creyentes más eucarísticos. Cada día celebramos en todos los rincones del mundo católico y en todas las misas el Corpus Christi. Él no se queda sólo para que lo adoremos, sino, sobre todo, para que lo comulguemos, porque es el alimento de la vida eterna. Sin Comunión no somos nadie. El Señor se quedó con nosotros para alimentarnos, para que nunca nos sintamos solos. La Hostia Consagrada es el alimento para el largo camino terreno hacia Dios, hacia el Cielo. Nos unimos, pues, a la fiesta eucarística del Corpus.