EN LOS GIROS imparables de esta gigantesca pelota en que vivimos, ocurren frecuentemente toda suerte de desgracias motivadas unas por guerras fratricidas y sus consecuencias derivadas, otras por catástrofes naturales como la de Haití, donde en esta ocasión ricos y pobres han sucumbido por igual en la mayor tragedia humana y material en lo que llevamos de este siglo XXI. La inmediatez de las imágenes luctuosas ha servido de revulsivo para las conciencias, que de algún modo han querido colaborar, al margen de las ayudas proporcionadas por los Estados con el dinero público para estas contingencias.

Sin embargo, muchas personas han expresado firmes dudas ante la canalización de sus aportaciones voluntarias, más que nada por los tristes antecedentes de situaciones anteriores en que éstas han servido para alimentar la avaricia de los mandatarios bananeros, la mayoría dictadores sin conciencia. Sin ir más lejos, el propio Gobierno canario ha optado por enviar nuestras ayudas a través de la Cruz Roja Internacional, que podrían ser también cualquier otro organismo con suficiente garantía y medios logísticos para llevar el auxilio hasta la población, pues de lo contrario se perderían por el camino del pillaje o se pudrirían, en caso de ser alimentos perecederos, en olvidados almacenes por carencia de transporte y distribución.

Y si esta piedra en el camino resulta un imponente tonique difícil de superar, en otro orden de cosas, y a años luz de esta desgracia natural, tenemos en la Isla el mal trago inducido por la escasa planificación ante la recesión económica, pues ostentamos el dudoso honor de ser la región del país (por ahora) que más sigue hundida en el pozo de la calamidad. Los empleos siguen perdiéndose de forma imparable, mientras que los visitantes, nuestra mayor fuente de ingresos, descendieron un 15% en 2009 respecto a 2008. Y mientras algunos mandatarios locales ponen el grito en el cielo, la provisionalidad y el aspecto de todo a medio hacer campa en la mayoría de las zonas turísticas. Esto último es lo que cualquier visitante o habitante de la Isla percibe cada vez que se aventura por las múltiples urbanizaciones establecidas en el sur, rodeadas muchas veces de eriales y festoneadas con restos de materiales de construcción, además de grúas y maquinarias abandonadas. Y todo ello en medio de un caos y la polvareda que surge de los materiales removidos, que se unen a la habitual que ocasiona el jable azotado por los vientos del sur y suroeste, los más dañinos para la zona.

Dicen que la necesidad ha obligado a volver al campo. Una industria primaria que nunca se debió abandonar del todo, y sí al menos explotarse como complemento a la economía familiar de muchos minifundistas, que ahora se han quedado sin su empleo habitual en la zona turística. No obstante, la canalización de estos productos tropieza con la desconfianza habitual entre el pequeño agricultor y las cooperativas. Algo que no se ha resuelto aún y que sólo beneficia al gangochero avispado.

Afirma la CEOE de Tenerife lo que es obvio a la luz de cualquier observador, y como es natural el testigo lo tienen el Gobierno y los cabildos a nivel insular, con campañas promocionales, la actual FITUR, aunque con menor presupuesto, contundentes para vender el producto Tenerife y el resto de las islas que conforman la provincia occidental, así como la oriental.

Mientras Europa castañetea de frío, aquí no hemos desterrado la ropa veraniega ni la oportunidad de acudir a la playa cuando podemos. Incluso hasta los propios habitantes se visten de invierno más por inercia que por necesidad física. Por tanto, ese privilegio inamovible del clima y el complemento necesario de infraestructuras y servicios son la mejor garantía para que el turismo retorne por sus fueros y revitalice nuestra economía.

Las toniques o berolos en el camino se solventan con inteligencia y no con el primitivismo de algún edil malcriado, que confunde las declaraciones públicas con una reunión de amigos en un guachinche. Y si con estos poderes piensa Coalición Canaria revalidar la mayoría, al menos simple, del buque insignia del Chicharro, mejor aconsejarles una limpieza de espíritus malignos, a llevar a cabo por un faycán de categoría en vez de un guaire aficionado que reparte piñas y toniques a todo el que opine de distinta manera a la suya. Así les va.

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