El mundo despidió ayer, con hondo sentimiento de gratitud y admiración, al humanista Vicente Ferrer, un santo en vida que realzó como el que más las palabras pragmatismo y solidaridad. Más de 100.000 personas habían pasado al mediodía de ayer por el campus principal de la fundación que lleva su nombre en Anantapur (India) para visitar la capilla ardiente del cooperante y darle el último adiós a quien dedicó más de 40 años a mejorar las condiciones de vida de los habitantes más desfavorecidos de la región. EL DÍA tuvo el privilegio de entrevistarle en abril de 1999 con motivo de su presencia en el Puerto de la Cruz por la celebración del III Congreso Estatal de Voluntariado. En un texto que ahora reproducimos, Ferrer ratifica y amplifica su profundo humanismo de acción y justicia social en este mundo, ahora y siempre.

"En 1969, el Gobierno hindú permite el regreso de Ferrer al país, tras su expulsión un año antes por los recelos que, desde 1952, había provocado entre las clases dirigentes su labor en pro de los más necesitados. Pero al regresar, ya como ex jesuita, le encomendaron la tarea más difícil: devolverle la ilusión a una pobre y desértica región llamada Andhra Pradesh, cuya población mayoritaria era los dálits ("los intocables"), la casta hindú más marginada. Le dieron una habitación en la que sólo había una máquina de escribir y un papel en la pared que decía en inglés "espera un milagro". Treinta años después, la esperanza de vida de los dálits en la zona ha aumentado en quince años gracias a su obra. El milagro era él.

El pasado miércoles, y por primera vez en su vida, el Premio Príncipe de Asturias de la Concordia 1998 y español universal, que ahora tiene 79 años, visitaba Tenerife para abrir el III Congreso Estatal de Voluntariado. Aunque cansado por el viaje y con una agenda apretadísima, concedió la siguiente entrevista a EL DÍA.

-Usted considera que los voluntarios lo son porque reciben una llamada interior, pero, ¿puede ser provocada también por medio de la concienciación?

-Esa voz interna que nos empuja a ayudar a los demás, esa llamada de la humanidad, es lo mejor que hay en nosotros. La comunidad puede extinguirla o incrementarla, pero es básicamente algo original de cada ser.

-¿De lo que se deduce que somos buenos por naturaleza?

-Sí, a pesar de que una breve mirada al mundo nos haga dudar de esta tesis. Pese a todo, hay que seguir teniendo fe en el hombre.

-¿Incluso cuando, después de tantos siglos y experiencia y horror, ocurre lo que ahora está ocurriendo en Yugoslavia?

-Por desgracia, parece que aún hemos de sufrir más para que nos demos cuenta de nuestra locura. Quizás no hemos sufrido demasiado, por duro que parezca. No obstante, sigo siendo optimista, pues, si comparamos lo buenos y lo malo en una balanza, comprobaremos que hay más de lo primero y nos convenceremos de que la bondad infinita, que es como concibo a Dios, prevalecerá.

-Sin embargo, usted siempre ha apostado por la acción y el pragmatismo frente a la simple contemplación del mundo.

-Sin duda. Hay que ser muy prácticos. Esto ya lo dijeron los marxistas, aunque, por desgracia, se equivocaron al tratar de hermanos mediante la fuerza y no con la palabra y el amor, como ha intentado el cristianismo...

-Sí, pero hasta ahora, ni con la fuerza ni con el amor hemos logrado erradicar el sufrimiento...

-Desgraciadamente es así. Los principios universales explotan al llegar a la Tierra. La hermandad humana se rompió en múltiples diferencias: las lenguas, las culturas, las religiones...; aunque se trata de diferencias salvables. Por eso creo que, en la actualidad, la mejor vía son las ONG. Y es que una de las pocas esperanzas que le quedan a la humanidad es esa reserva de idealistas que se convierten en voluntarios.

-¿Cómo se ve el futuro del voluntariado?

-Las ONG han de dejar de ser vulnerables económicamente. Sé que es difícil, pero, si no le damos incentivos, muchas personas que oyen esa llamada interior no le darán respuestas al resto de su vida. De alguna forma, vía impuestos o como sea, hay que financiarlas. Eso sí, muchos de estos grupos, y no es nuestro caso, deben mostrar lo que hacen para crear confianza, ya que, si la gente vence sus dudas y pierde el miedo a colaborar, se puede producir una auténtica revolución en busca de un mundo más justo.

-Usted cree que las dudas son una de las peores enfermedades del hombre. ¿Ha dudado mucho?

-Salvo de que siempre he sentido la llamada de la humanidad, he dudado de todo lo demás. He tenido dudas sobre Dios y, principalmente, sobre cómo enfrentarme al encuentro entre el sufrimiento y la bondad; pero, no fortuna, las vencí hace tiempo".