El sábado dejó de existir Mauricio Gómez-Leal. Tenía ochenta y muy largos y era un comunicador de raza. Siempre mantuvo la ilusión de volver a Canarias para morirse aquí, pero una fuerza interior le mantenía en Caracas, aún en contra de sus principios. Granadino, vino a Tenerife como alférez de Milicias y, como tantos, se quedó. Se enamoró de esta tierra, se casó, se fue, volvió. Mauricio era un señorito bohemio de terno impecable y pañuelo en el bolsillo. Un tipo fino, culto, buen conversador, amigo de sus amigos. En Ars, la mejor empresa de publicidad de América Latina, de la que fue vicepresidente, le pagaban mucho dinero tan solo por pensar, apoyado en una mesa limpia de papeles. Se pasaba horas y horas dando ideas. Amigo personal de Rafael Tudela, fue también su biógrafo y su confidente. Tudela fue uno de los más importantes hombres de negocios de Venezuela y político a ratos. Mauricio emigró a Venezuela después de estudiar Magisterio -que nunca ejerció, que yo sepa- y de dirigir Radio Juventud, entonces un proyecto de radio del régimen, pero del que salieron radiofonistas muy importantes. Gómez-Leal cerraba la jornada con un folio, de escritura limpísima, que siempre terminaba en que mañana sería otro día. Cuando Tudela Reverter compró el hotel Tamanaco de Caracas se llevó a Mauricio como director de relaciones públicas del establecimiento. Lo elevó al infinito. El Tamanaco fue el lugar de reunión de políticos, hombres de negocios y gente de la farándula durante la mejor época de Venezuela, en los tiempos en que se ataban los perros con longaniza. Fue un fabricante de sueños, un maestro de la finura y del trato; vestía en Clement, el exclusivo sastre de Caracas, con tienda en el Tamanaco. Era un gentleman. Escribió páginas bellísimas para la radio y participó en foros importantes, como aquel encuentro con periodistas y personalidades iberoamericanas celebrado en La Gomera, en el que tanto tuvo que ver el periodista Arturo Trujillo y al que asistió como invitado de honor don Juan Bosh, presidente que fue de la República Dominicana. Mauricio era un hombre profundamente honesto. Trabajó en la radio y en la televisión de Venezuela y nunca se jubiló: seguía asesorando al grupo Tudela. Entre sus mejores amigos tinerfeños, Opelio Rodríguez Peña, José Antonio Oramas, Chencho Molina, el propio Arturo, quien escribe estas líneas y tantos otros. Falleció Mauricio el sábado en Caracas; estaba mal de salud. Sus restos fueron incinerados el domingo. Ayer, los principales periódicos de la capital venezolana publicaban su esquela. Tras la llamada de Arturo Trujillo para comunicarme la muerte de Mauricio, telefoneé a la peluquería del Tamanaco, que era un lugar muy preferido del periodista. Su barbero de toda la vida, muy triste, me confirmaba la noticia. Y me remitía a las esquelas de los diarios. Que descanse en el lugar a donde van los justos. A su viuda, a sus hijos, el sentimiento profundo de dolor de quienes compartimos su amistad.

Andrés Chaves