EL ESPIONAJE es el rasgo característico de nuestra sociedad, en la que cualquier actividad del sujeto es grabada, pues se graba desde la simple entrada a un banco, a la compra de cualquier billete de transporte, como la mera contratación de un servicio telefónico, o el mero reintegro de tu cuenta corriente por medio del número de la tarjeta de crédito.

Este fenómeno ha elevado al primer plano social el deber de que el sujeto ciudadano tenga que aportar un buen perfil público, por lo que tiene que poner siempre buena cara y sonreír al mundo, aunque lo realmente importante no es tanto lo que dice como la imagen del aquel que lo dice.

Por ello, no resulta tan cierta la afirmación que considera que con la cibernética se ha creado una nueva realidad, pues lo realmente acontecido es que ésta ha logrado integrarse en la realidad de siempre, e incluso la ha amplificado al lograr estrechar de manera real aquella, la realidad, con sus meros gestos, y sólo con decir simplemente "no cuelgue mi imagen en facebook". Esa manifestación nos permite considerar que la esencia de la comedia humana se ha mantenido inalterablemente en el tiempo.

Circunstancia esta que ha hecho emerger la interrogante de si estamos ante situaciones de ámbito íntimo, recogido y puramente privado, o por el contrario en pleno contraste con la circunstancia de que nuestra necesidad es que cada vez nos conozca más gente. Con lo que se logra superar la dificultad de dejar huella, ya que el individuo se conforma hoy sólo con dejar rastro, sin excluir el deseo invasivo de tener presencia en la vida de los otros.

Por tanto, hacer gala de nuestra personalidad como algo público puede desvirtuar nuestra interioridad y quitarle valor hasta no darnos cuenta de lo que hemos perdido en nosotros y en los otros. Hasta ahora este fenómeno sólo les pasaba a hombres públicos; ahora se extiende y afecta incluso a la propia pequeñez.

Aunque este no es el único problema, pues junto a él hay otro más grave: cuanta más publicidad se da a todo, cuanta menos privacidad nos concedemos, al final merecemos menos atención real y damos menos atención real. Quien tiene viejas relaciones de amor o de amistad sabe hasta qué punto van unidos ahí el tiempo, el sentido y el conocimiento, y cómo todo se consolida. Dicho de otra manera, cada persona tiene un potencial amplio de recibir atención y sabiduría en elegir a quién la dábamos, con quién la compartíamos, como una vinculación. La continuidad permitía el acceso a la intimidad, como el paso de la simpatía al afecto.

El rasgo de franqueza de estos "outings" sin duda abunda en la expresividad personal: ahí está quien expone no sus circunstancias sino sus sentimientos, sus pensamientos más o menos lírico-personales de blog o en una opinión que es un ladrido, dejando para el olvido los sobrentendidos, la ironía, tantas artes que hacían inteligente la conversación. Es así que se pierde de modo efectivo inteligencia. La emocionalidad está mejor vista cada día. O cada vez nos extraña menos.

Por el contrario, en las atenciones múltiples es posible detectar un elemento de volatilidad: es posible pensar que nadie deba ser tratado superficialmente, pues esta es una manera como cualquier otra de no tratar como persona a un individuo, ya que todo se agrava al considerar que se han generalizado los egos hipersensibles, capaces de interpretar cualquier desatención como maltrato. Y a veces esto puede culminar en ansiedad y alienación o extrañamiento: cosas que también son muy de esta época de floración extraordinaria del narcisimo.

*Presidente del Centro Independiente de Canarias (CiCan)