ME DECÍAN varios amigos en el transcurso de las últimas semanas que han dejado de ver los telediarios. Un par de ellos, además, han decidido no leer los periódicos, cosa ésta absurda ya que los acontecimientos de los que quieren abstraerse no dejan de producirse. La razón que me han dado para ello es la misma: viendo, oyendo o leyendo los medios de comunicación estamos expuesto a engrosar la lista de los deprimidos. En efecto, sobre todo en la televisión, los sucesos sangrientos, las docenas de guerras que en este mismo momento asolan la Tierra, las violencias de género, los abusos sexuales, etc. son los temas preferidos por los ciudadanos. Eso es lo que vende, lo que gusta, y los ''medios'' se ven obligados a airearlos si quieren mantener su audiencia y sus ventas. Triste destino el que le espera a la Humanidad, ya que día tras día la situación mundial empeora y ni el mismo "dios" Obama podrá evitar su progresivo deterioro.

Sabido es que los comentaristas periodísticos -sobre todo los del folio diario- se nutren de las noticias que la vida y las propias experiencias nos aportan. La inquietud que les produce tener que escribir ese artículo diario hace que tomen nota de cualquier suceso que llame su atención, dándole vueltas al tratamiento que han de darle hasta enfrentarse con el ordenador. A mí, particularmente, ese problema no me afecta puesto que con una periodicidad semanal siempre encuentro temas ''ad hoc'', lo cual no quiere decir que desaproveche la ocasión cuando una noticia me llama la atención, que es lo que me ha ocurrido con una relacionada con la soldado -¿habrá que decir soldada?- americana Lynndie England.

La soldado England ha sido entrevistada por el diario británico The Guardian y justificado (¿?) su proceder. Para los que no recuerdan los sucesos, ocurridos en 2004, les refresco la memoria: en aquel momento y en una cárcel iraquí un grupo de presos fueron torturados, vejados, indultados y no sé cuántas barbaridades más por unos soldados norteamericanos. Quizá por su condición de mujer, la actuación de England, las fotos que sus mismos ''compañeros'' obtuvieron de sus malos tratos, fueron difundidas por todo el mundo, obligando a las autoridades militares americanas a tomas medidas disciplinarias contra ella y seis soldados más. Hasta ahí la escueta noticia que entonces se facilitó a los medios informativos -escueta porque la visión de las fotografías ya de por sí imponía y hacía innecesarias la literatura-, que no profundizaba demasiado en los entresijos de la noticia. Ha sido ahora cuando England -que fue condenada a seis años de cárcel y sólo cumplió tres- ha querido disculparse por las atrocidades que ella y sus compañeros cometieron, aun sabiendo que su conducta no puede justificarse cuando se trata de personas civilizadas que han recibido cierta educación. "Nos relacionábamos con la gente del lugar, aprendíamos sus costumbres y ellos se interesaban en las nuestras", dice la soldado, aunque se apresura a insistir en el cambio que se produjo en ella y sus compañeros al ser destinada a una cárcel con capacidad para 700 reclusos, pero que albergaba 7.000. En ese lugar "maldito" salió a relucir el irracional que todos llevamos dentro y se produjeron los deleznables sucesos.

El que me haya decidido a tratar este tema en mi artículo se debe a la pregunta que todos nosotros en algún momento nos hemos planteado: ¿cuál es el detonador que convierte al ser humano en animal? ¿Por qué, de pronto, sale a relucir una crueldad que ni nosotros mismos sospechábamos que anidara en lo más recóndito de nuestra alma? Dice England: "No sé cómo describirlo. Ellos eran los enemigos. No quiero decir que merecieran el trato que les dimos, pero...", ante lo cual tenemos que reconocer que es el ambiente el que condiciona nuestra manera de actuar. De nuevo tenemos que recordar la famosa frase de Ortega "yo soy yo y mi circunstancia" para comprender que somos ambivalentes: ángeles y demonios, dependiendo de los vientos que nos azotan. Porque se puede ser carcelero, pero no torturador; porque se puede ser muy ''macho'', pero no vejador; porque se puede ser poderoso, pero no insensible a los sufrimientos...

Ahora que todos los medios de comunicación se ocupan de la enésima guerra entre palestinos e israelíes, como ha ocurrido y continúa ocurriendo en las de Irak y Afganistán, los actos signados por la crueldad están en el orden del día por parte de los diferentes bandos, sin que esté en nuestras manos la posibilidad de evitar tanta barbarie. Y los que participan en estas absurdas guerras son las mismas personas que hace unas semanas charlaban amigablemente con sus vecinos, acudían a espectáculos y restaurantes y gozaban en menor o mayor medida de las circunstancias que su vida les deparaba. Como en el mito del hombre lobo, parece que la salida de la luna -o los intereses económicos que desgraciadamente son los que hacen girar al mundo- nos convierte en fieras que sólo se sacian con el sufrimiento de los demás.

Termino este artículo y me doy cuenta de que últimamente me estoy volviendo un poco pesimista, y no es así. Al contrario, soy una persona optimista, propensa a ver el lado agradable de la vida, pero hay veces, sinceramente, que uno tiene que ser muy fuerte, tener buen concepto de sí mismo o poseer la piel de un rinoceronte para no sentir lástima de quienes en esta p... sociedad sufren las consecuencias de nuestro egoísmo y ambición.